domingo, septiembre 1

Ojos sabor a sal

Ya sabes tú como son este tipo de cosas, los pensamientos repentinos, quiero decir, y la urgencia de escribir cuando no te asomas a mi ventana. De repente extrañarte se vuelve una sensación extraña en la piel, que reclama tu ausencia, reclama la sensación de gritar con todas sus fuerzas las ganas por ser besada otra vez. Y cuando asomo a la calle, le doy forma a las nubes de tu silueta, ahí sin dudas y diciéndome que todo seguirá siendo mucho más que un sueño, asegurándome, y yo extrañado, que lo que sientes es lo mismo que yo. Pero uno tiene sus manías y a veces estas se escapan para hacer un festín; recorren la memoria, los ojos y los dedos que débiles, escriben que se han enamorado como nunca, que se han enamorado por primera vez de una sensación desconocida, porqué es cierto, nada que venga en los viejos libros de la conciencia y nada que reconozcan las antiguas heridas en la piel, las cicatrices de ganas perdidas y amores ausentes, todavía remojados en sueños hechos papel, inertes ante las nuevas luces que asoman por el vecindario, y estos labios, atónitos, simplemente se inundan de ganas para juguetear con los tuyos y a manera de complot le avisa al estómago que se ponga cursi, que interrumpa el momento y despierte al corazón que late apresurado regalando sangre nueva a este zombie. Y era así, como de repente, me perdía en tus ojos para decir que te quería y dejaba de lado la pasión, los sudores, los gritos. De repente me hallaba acariciándote despacio y nomás, mirándome para siempre en unos ojos en los que no había estado nunca, y que hoy, se llenan también de mí y no saben zozobrar ni con las tormentas que azotaban afuera de aquel cuartito a esta ciudad, y sus subidas, y sus bajadas, y sus barrancas quedaban quietas mientras nosotros nos perdíamos en besos, mientras nos encontrábamos para descifrarnos los tatuajes en la piel, a manera de dedos locos jugando carreritas de amor. Ya sabes cómo son este tipo de cosas. Es de madrugada y me asomo de mi escaparate imaginando que te veo venir, calle arriba, despacio con aquella falda y descalza como si nadaras por mi espalda, y los dos, que no sabemos dormir de día, extrañados disfrutamos buscando donde desayunar cuando todos los demás siguen ausentes de este sueño, de esta extraña droga que me ha vuelto un adicto a ti, de los pasos que vienen marchando delante de nosotros y dibujan nuestras figuras a un futuro que de plano, cada tarde, nos atrevemos a imaginar. Todos los dibujos que coloreen nuestras ganas, las risas que nos arrebatemos compartiendo el mismo insomnio, son la esencia que se cuelga de mi cuello cada mañana. Aunque a veces, insisto, te repito varias veces y lo demuestro de distintas formas que me he enamorado de ti, tengo muchas ganas de tomarte por la cintura y llevarte a aquellos viejos puertos donde los Elfos se trepan a naves blancas de mar, y se largan para siempre de este mundo donde la gente ya no sueña, y los sueños, empolvados y en cajitas, se han cansado de esperar.

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