sábado, diciembre 19

Hay días...

Hay días así, ¿ya lo he dicho?, en que quisiera que sin pensarlo me rompieras el corazón, el alma, los sueños. Y me miraras inerte como el fantasma que soy, el mismo que te hace reír en las ventanas virtuales de los mensajeros, para luego apretar el puño contra mí y quitarme esta vida, que es tuya, y diluirme enterito en el trago de tu mojito favorito, con sabor a las tardes de lluvia, ¿ya lo he dicho?, hay días así, en que quisiera que sin pensarlo me ataras a tus sueños, enmarañaras con tus antojos mis mañanas, mis noches, mis medios días de vida a medias, de vida sin mí otra mitad en el alma.

martes, diciembre 15

¿Te has ido?

Era miércoles, en el final de los tiempos, cuando él miró el reloj y asustado sintió todo el terror del mundo sobre sus hombros. Le retumbaba en la cabeza la voz del espejo maligno, le cosquilleaban las nimiedades del mundo, las paredes cuchicheantes y el todo verde de aquel bosque lleno de columpios. Luego vino la estela de las tardes lluviosas, las que nos afectan a todos, las que llenan de melancolía cualquier vaso vacío de fé, y fue la peor catástrofe que se le pudiera ocurrirle al bufón, pudrir el corazón de nuestro protagonista y de formas misteriosas, orillarlo al exilio emocional, a las tazas de café sin azúcar y a las ferias sin rueda de la fortuna donde treparse y morir. Él supo que estaba al borde de su abismo cuando el viento del mar lo amenazó con asomarse otra vez a sus cuatro paredes y ahogarlo, cuando una esquirla terrible, del sol disparado hacia la luz, le hirió el brazo derecho causando uno de esos dolores terribles que anuncian en la televisión, y la cura, vertida en una maraña de monedas, ya no le era suficiente para acabar de pasar garganta abajo toda su estupidez. Miró el cielo y avanzó, despacio, contra las estrellas nocturnas que abarrotaban aquel cementerio de caminantes, sonrió y resbaló colina abajo, llenando el acantilado de risas locas y escarabajos mirones que habían ido a ver el show.

¿Te has ido? - preguntó ella. ¿Te has ido, verdad?. Supe lo mismo cuando vino tu silencio, la muerte lenta, cosquilleándome en el pecho, poquito antes de dormir, una hora antes que tú, en el espejo, derritiéndose mi imagen, el cuarto azul, mis pies, mis manos, mis ojos, mis promesas, mi razón de ser yo.

jueves, diciembre 10

De momento

De momento, entre colores, nada más, así estoy. Y cuento las horas. Busco en la sección amarilla la tiendita aquella donde venden sueños. Creo que se me irá la mañana en lo mismo, cerrando los ojos e imaginándote: sonriendo, volando, eterna. ¿Dónde estás justo ahora que te pienso?, ¿Dónde estaré yo?.
Es que en realidad, hay días donde los corazones se rompen nada más porqué sí. No me preguntes a mí, que yo no sé, ni entiendo, como se puede vivir en la distancia soñando tu piel.

domingo, diciembre 6

Terapia infinita

Mire usted, entiendo, ahora déjeme darle mi opinión doctor. Desde anoche tengo una lanza atravesada en el corazón, carajo, entienda, en el puto corazón. Y entiendo perfectamente las cien razones médicas y los diez espejos que atribuyen mi dolor al vacío y a la locura, yo tampoco entiendo que le pasa a mi reflejo, yo tampoco entiendo como no hay nada donde se supone que me duele hasta el alma, pero entonces, como explica la ausencia de la luna en mi ventana, en el cielo, y su repentina estancia en todos y cada uno de mis sueños. 
Ya le dije que odio las pastillas grises.

jueves, diciembre 3

Cuento para Gaviria

Ella, luego de cambiar de opinión, cerró las hojas del libro y decidió que había leído demasiados cuentos de hadas. Las hojas y el polvo fueron la cárcel para sus pequeñas lágrimas de niña, entre los brillos, estallidos y cánticos de juegos infantiles, una enorme protesta le recorrió las ganas a su piel, que estaba enegrecida y había vuelto a convertirse en cenizas, reclamando caricias, reclamando fantasías y también inventándose alguna más. El espejo, mudo como siempre, se quedó impasible cruzando las piernas en aquel sillón, leyendo periódicos y releyendo noticias de lo mismo, de los mismos, buscando un nombre, un detalle, un quiensabe qué, indagando a la nada, al infinito, a su propia miseria reflejante. Cuando ella alzó los piesitos queriendo columpiarse hacia la luna, olvidó todo lo que había aprendido del espejo aquel, y ruborizada quiso explicarse como es que aún amaba al personaje de aquel libro, de aquella aventura, de aquella ficción, y yo, con todo el miedo del mundo, no me atreví a decirle que ella era la heroína, la de las mil vicisitudes, la del cuento de hadas, metida, con su espejo, en un libro en el ápice de mi librero sin fin. Ella es Luna.