domingo, noviembre 29

Confesión bajo una luna lejana

La soledad era el halo que me seguía aún en las noches de risas, aún en los besos, aún en la madrugada y mi manía de leer historias de terror escuchando el soundtrack de Amelie, la soledad era esa esquirla que a veces confundía con un brillo de luna, con un suspiro, con un amanecer imaginando sueños. La soledad era yo. Y que razón tenía la lluvia al colarse por mi ventana, mis nervios mirando aquel perfil de diosa, y eso que inmediatamente te taché de imposible, que más podía hacer, si igual me quedé callado ante tu luz, ¿te acuerdas?, estabas ahí con tu vestido blanco con estampados de flores, a mi merced, y sentía tu respirar, mi piel estremeciéndose por la amenaza constante de tu voz, y yo callado, sin nada que decir pero sintiendo un escalofrío que me calaba hasta los huesos, mientras escuchaba a la soledad largarse para acompañar a alguien más. Y hay días que me sigo preguntando si existes, si eres real, si no eres como la luna, un dibujo virtual en el cielo, y te beso y saboreo tu lengua entre la mía, y sabes a luz, y confieso que hay días que me da por soñarte despierto, por imaginarte traspapelada entre las hojas de mi rutina, y empiezo a contar al futuro, y al pasado dos años atrás, cuando cogí tu mano con mi mano derecha, y dije aún mirando a lontananza, ¿mejor ya me callo y te beso, verdad?.

miércoles, noviembre 25

Tres cuentos de rutina

Los instantes 

Se desquebrajan tantos instantes, tantos y tantos pedazos de tiempo vestidos de oficina, lamentándose del regreso de un nuevo vía, que se hace difícil hallar un solo momento para apreciar su marcha silenciosa, no hay nada, ni sol ni luna que le hagan mirar atrás. Y allí va, suicida, cayéndose al vacío de un sillón donde no hay mucho para mirar, salvo los instantes, atrapados en su propio momento de ya no ser. 


Ventanas 

Es que desde aquel día empecé a ver las ventanas de un modo distinto, dejé de asomarme por instinto con la misma idea de apreciar lo que ocurriera allá afuera para darle calor a lo que sucede acá dentro, y resultó que miraba de regreso a lo mismo, a las locuras que se encabronan por el calor de los días de diciembre, por la falta de aguaceros, por el roce intermitente de las banquetas contra el fuego, que simulan una guerra de latidos donde la tierra se muere poco a poco, y llora árboles, y llora mares, y llora todas las lunas del cielo, para negarse a cerrar la ventana donde asoma su sol. 


El olvido 

Independientemente de la idea que pueda tener acerca del suicidio, creo que un cuarto como este lo puede inducir de manera siempre más sencilla, no sé si sean los colores, las formas que se dibujan en la pared, los rostros que se forman sobre las grietas, como se pierden las sombras, los pies, las cervezas empolvadas, la ventana que está medio abierta pero no deja entrar... no hay nada que pueda entrar; un tablero de luz que no sirve, un refrigerador que no enfría, cables, paredes, esquinas, esquirlas, cuadros muertos, y del cielo, desde el techo cuelgan como unas hebras que de repente asemejan ser unas cascadas de sombra, solo ausencia de luz, botes llenos de nada, escobas para barrer el olvido.

domingo, noviembre 22

Fuerza Luna

Yo entiendo, a sabiendas que las peripecias de la luna por no caerse del cielo son cosas de todos los días, que igual seguirá tambaleando sin dormirse en sus laureles para nunca llegarse a caer. Ya bien sabemos lo que pasa cuando una luna se queda dormida. Y es que no es para menos, anoche me despertó el estruendo de la luna que despertó asustadísima por haber tenido una de esas sensaciones de caída repentina que los humanos solemos experimentar, y ahí estaba ella, quieta y solemne, meciéndose los cabellos y dándome la espalda a través de la ventana; yo soñé que ya no soñaba, que era viernes otra vez y estabas aquí de regreso, pero mira, entre la luna que creyó que por fin se caía y yo que desperté soñando que despertaba, ya no pude volver a dormir.

Y heme aquí, con los brazos extendidos, por si a la luna de plano se le rompe el hilo que la sostiene en el cielo desde ayer.

lunes, noviembre 16

Diagnóstico

Usted se ha vuelto loco amigo. Dijo el doctor y tajantemente extendió la mano en fría despedida. Yo salté del diván y sentí la puerta del consultorio cerrarse tras de mi (y el sonido de la triple cerradura activándose por dentro). Bajé las escaleras de aquel edificio con una nube negra en la cabeza. El diagnóstico no fue el que yo esperaba y me encaminé de regreso al trabajo para marcar la tarjeta a tiempo. Apenas eran las nueve de la mañana de un día lunes, y yo en mi escritorio mirando una triste receta para combatir mi enfermedad, una ventana cantando lluvia y una ciudad agonizando de amor; ya solo faltaba que el mundo dejara de creer en mí; ya solo faltaba que mis credenciales dijeran: Dios, ex – señor todopoderoso. Amén.

viernes, noviembre 13

Silencio

No es más que silencio,
absoluto silencio,
lejanía,
las huellas sordas de tus pies que pasaron por aquí,
la caricia de tus manos,
un saludo,
tus labios rosados,
un beso de despedida,
no es más que silencio,
absoluto silencio,
tu ausencia,
lo.que.me.mata.hoy.

lunes, noviembre 9

Debería

Debería ser tan sencillo,
como cerrar los ojos,
o sentir el martilleo de unas alas de mariposa romper el cielo y elevarse para no volver;
debería ser tan simple,
como respirar,
o sentir en la espalda el cosquilleo de libélulas que sonríen y arrancan montañas a su paso por la tierra;
debería ser tan obvio,
como cegarse al mirar la luna,
o resbalar de risas cuando escuchas su voz del otro lado y te das vueltas en el colchón;
debería ser tan fácil,
como contar los latidos,
o probar el vino de las extrañas musas que se esfuman cuando viene la mañana, cuando se acaba la noche y su ilusión.



Debería ser tan solo un paso más para estos pies. Pero no te sé olvidar.

viernes, noviembre 6

Espejo

No era el mismo, aunque el rostro disimulado con los lentes le regresaba algunos años, los hombros caídos y la panza de chelero le daban el aire de señor que tanto despreciaba cuando se miraba al espejo. Y ahí parado, Juan se miraba las cicatrices que no supieron borrarse ni con aquella pomada verde tan cara. El blues de la calle se había callado por fin, los ronquidos de un grillo y el gato del vecino arrullaban la madrugada en la ciudad. La noche fue tan larga como los dos quisieron, poco importó que aquella imagen de mujer tuvieran que compartir la habitación de sueño con su perro, de patas anudadas a la luna y brazos tejidos al nuevo sol, que vino tan puntual como siempre y tocó a la puerta que nunca pudieron cerrar; el viejo portero los vio salir a la misma hora de siempre y dar la vuelta por la misma esquina de ayer. La señora que limpia la habitación de sueños recogió los pedazos del espejo roto, que ya sabía que le cobrarían otra vez, como siempre, y ella y su marido, con tantos años a cuestas trabajando en aquel lugar, se guardaban sus historias para los nietos, que reían, jugueteaban, y emocionados y asustados le pedían al viejo: ándale abuelo, cuéntanos aquel cuento de fantasmas otra vez.