domingo, noviembre 29

Confesión bajo una luna lejana

La soledad era el halo que me seguía aún en las noches de risas, aún en los besos, aún en la madrugada y mi manía de leer historias de terror escuchando el soundtrack de Amelie, la soledad era esa esquirla que a veces confundía con un brillo de luna, con un suspiro, con un amanecer imaginando sueños. La soledad era yo. Y que razón tenía la lluvia al colarse por mi ventana, mis nervios mirando aquel perfil de diosa, y eso que inmediatamente te taché de imposible, que más podía hacer, si igual me quedé callado ante tu luz, ¿te acuerdas?, estabas ahí con tu vestido blanco con estampados de flores, a mi merced, y sentía tu respirar, mi piel estremeciéndose por la amenaza constante de tu voz, y yo callado, sin nada que decir pero sintiendo un escalofrío que me calaba hasta los huesos, mientras escuchaba a la soledad largarse para acompañar a alguien más. Y hay días que me sigo preguntando si existes, si eres real, si no eres como la luna, un dibujo virtual en el cielo, y te beso y saboreo tu lengua entre la mía, y sabes a luz, y confieso que hay días que me da por soñarte despierto, por imaginarte traspapelada entre las hojas de mi rutina, y empiezo a contar al futuro, y al pasado dos años atrás, cuando cogí tu mano con mi mano derecha, y dije aún mirando a lontananza, ¿mejor ya me callo y te beso, verdad?.

No hay comentarios:

Publicar un comentario