viernes, noviembre 6

Espejo

No era el mismo, aunque el rostro disimulado con los lentes le regresaba algunos años, los hombros caídos y la panza de chelero le daban el aire de señor que tanto despreciaba cuando se miraba al espejo. Y ahí parado, Juan se miraba las cicatrices que no supieron borrarse ni con aquella pomada verde tan cara. El blues de la calle se había callado por fin, los ronquidos de un grillo y el gato del vecino arrullaban la madrugada en la ciudad. La noche fue tan larga como los dos quisieron, poco importó que aquella imagen de mujer tuvieran que compartir la habitación de sueño con su perro, de patas anudadas a la luna y brazos tejidos al nuevo sol, que vino tan puntual como siempre y tocó a la puerta que nunca pudieron cerrar; el viejo portero los vio salir a la misma hora de siempre y dar la vuelta por la misma esquina de ayer. La señora que limpia la habitación de sueños recogió los pedazos del espejo roto, que ya sabía que le cobrarían otra vez, como siempre, y ella y su marido, con tantos años a cuestas trabajando en aquel lugar, se guardaban sus historias para los nietos, que reían, jugueteaban, y emocionados y asustados le pedían al viejo: ándale abuelo, cuéntanos aquel cuento de fantasmas otra vez.

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