jueves, septiembre 30

Regreso

Yo prefiero a Sanz triste. No es que le desee tristeza, ni soledad o malos ratos… pero lo prefiero triste. Y es que a algunos la felicidad nos estorba, aunque sea ajena. Lo bueno es que nunca dura tanto como para perder a alguien por completo. Se es feliz un tiempo, luego te vuelves “alguien estable”, más tarde eres “alguien como todos, con problemas” y finalmente te alcanza de nuevo la tristeza y evolucionas. Como Pokemon, así igualito. Y el problema real es que uno no sabe lo que está buscando, ser feliz, sí, pero ¿cómo? ¿Cuándo? ¿Con quién?

Y aquí vendrá la lluvia de abucheos que pedirán la cabeza del culpable, los que ostentaran su felicidad actual como la única y verdadera, la turba de “los que creen en el amor como en una lámpara de inagotable aceite” (dijera Sabines) … pero voltea , fíjate bien, eres feliz ahí donde estás, sí, y ¿si eso se acabara hoy jamás volverías a ser feliz?

Ese es el problema. La felicidad es algo transmutable. Puede partir del ron, de una mujer en particular, de las mujeres en general, de amigos, de una buena cena, de elegir el momento adecuado, las manos adecuadas, la cama adecuada, del oro, de la tierra o la Luna. El proceso alquímico no precisa de una única materia elemental para transmutarse en felicidad. No sé a ti pero para mí resulta algo demasiado inestable como para confiar en ella, mucho menos como para cantarle o grabar un disco bajo su influencia. Yo, por lo pronto, me la tomo con reservas. ¡Muchas veces he sido feliz al cruzar una calle y al llegar al otro extremo no lo era más!

Por eso te digo, yo prefiero a Sanz triste, sentir que puso claro el dolor y poder cantar con él sin reparos “a la primera persona que me ayude a comprender, pienso entregarle mi tiempo, pienso entregarle mi fe…”

lunes, septiembre 27

Contrabando

Ya no extraño. O quizá tengo la sensación de no extrañar,
deben ser los sentidos entumecidos mientras caigo.

Debe ser la boca cerrada para que no entren moscas ni besos extraviados,
deben ser las orejas tapadas sin cerilla pero con olor a hierba fumada por tu voz,
debe ser la risa opaca y escurrida abajo de un par de fotos,
debe ser la mirada apuntando hacia tu ausencia,
debe ser la falta de tu aroma rondando este cuarto empedernido,
debe ser la falta de sentir de estos dedos que sueñan pechos e imaginan caderas que no están,
deben ser los sentidos entumecidos mientras caigo,
debe ser que ya no extraño,
ya nomás caigo,
ya nomás muero,
y
a
n
o
m
á
s
n
o
s
o
y
.

martes, septiembre 7

Hace Tanto

No es que uno se vuelva loco, sin embargo, si existen ratitos en mañanas o tardes o noches donde la conciencia de ser no encuentra cabida alguna en el razonamiento, estar o andar por todos lados con los mismos pensamientos absurdos resulta casi siempre, a la hora de poner la cabeza en la almohada, en lo mismo, nada, cero, una mierda de poca tolerancia a la soledad y al desgano, todo hecho bola por el trajín diario y subir y bajar calles en una ciudadcita como esta, tan sonora, y por lo mismo, tan afín cada rincón a los recuerdos, a las tristezas, al ayer, y al mañana de las mismas manos vacías.
Hace un minuto mi pie se enfrascó en una discusión filosófica con un plástico que servía para no sé que, a pesar de los pendientes y de la mala gana del derecho, el izquierdo quiso entender el ruido del pedazo brilloso en el suelo y se aferraba a descubrir la confabulación del mundo por ponerle trabas mientras intenta andar sin despertar a mis dedos, y todo falla, en instantes, cuando desde el techo se dejan caer hormigas suicidas para atestiguar en primera fila el pisotón al plástico despilfarrado por algún despilfarrador.
Casi me mato de un escalón a otro, son rojos, y mis pies torpes y apesadumbrados como siempre, discutiendo pequeñeces con quien se deje y sin darse cuenta del tropiezo que casi me astilla el alma, otra vez, en mil pedacitos uniformes que habrían salido disparados por entre las cortinas y su poca luz, estoy casi seguro que habría caído de espalda, y sin alma, eso debe doler más, lo siento por los huesos, tronando a medio día y sin saber por qué, la boca llorando sangre ante el instante de ser besada por la sal de una esquina sin piedad, cemento en las venas y cordura de viejo lobo de mar; a fin de cuentas, las manos dormidas asomaron para no dejarme caer, y la cara, cabizbaja, volvió a reírse de mi.
Ellas no dejan saludos, y eso que las recorro con la mirada en recuerdos claros, en noches eternas que solo son para mi, lo entiendo, y no sé desprenderme del aroma de su sexo, de su espalda, del cuello y el sudor y el perfume que se combinan en jadeos, que cuanto se extrañan, vaya si no, ¿te ha pasado?, vienen fotos dando vueltas que te dejan el sabor exacto de un momento preciso, la foto toma vida y te metes en ella para recordar la lluvia de la partida y el dolor de todo a la tarde siguiente de que aquella diosa bajara del olimpo tan solo para hacerte el amor, a nadie más, y tú, humano y perdido, abriste los ojos a sus brillos, a sus pechos que se guardaron en tu boca para soñar, que era tan libre como tú, pero con menos minutos para ser feliz, y con un contrato equivalente al mundo y sus leyes, difícil de romper, fácil de quebrantar, imposible de olvidar.
Será que me duele estar solo en días de pies flotantes, de alfombras mágicas sin nadie para acompañar, la búsqueda la perfección acaba en el viento, pero de ahí, como mundo imaginario, hay que regresar la embarcación y pasar por las tormentas y aferrarse a que los bufones que controlan el camino cobren poco y miren para otro lado para poder pasar, la cadena es densa y mohosa, pero hay que jalar hasta no poder sentir en la espalda el ayer, el anoche de gritos lascivos de ella sin mi, y todo se agita en lago de pintura que atasca las paredes de óleos hechos recuerdos, enmarcados en la misma cantaleta de sentirse frágil, distinto, y tan igual a todos los que almuerzan recuerdos, y ponen debajo del árbol su corazón roto en navidad. Pero los regalos ideales son quimeras, aladas, disfrazadas de grillos conciencia que se largan en tren a olvidarse de tu vacío en casas de opio con ventanas de vidrio donde pueden descansar, y comer pedacitos de luna molida, y drogarse de esquirlas hasta el amanecer.
No es que me vuelva loco, es que siento colgar de un cuento donde el único personaje que no sabe lo que pasa soy yo, me persigue la nada y me escondo del todo para no salir a jugar, para no tener que recordar las tarifas de cielos, ni dormirme ataviado de sol, o despertar siendo libro vacío, con historias en tinta invisible, para ojos ciegos, para oídos tapados, para almas que les valga madre mi estancia bajo su ser, y seguir, ellas, ellos, todos, y yo, cumpliendo la tarea, todo a tiempo, tan solo ser, por absurdo que parezca, solo uno, o una, más.