sábado, noviembre 27

Ausencias

Hace tanto que no escribo que te extraño, porqué ya has de saberlo cuando miras al cielo llover, cuando las callen te miran sofocadas de tu ausencia, cuando el cielo se pone de colores para que tu recuerdo halle una ventana hacia mi luz, cuando el piso en tu casa se queja de no olvidar tu espalda, cuando tu mesa y el chocolate preguntan por mi, y cuando a cada paso, mis torpes poemas se tatúan en tus oídos, y vuelves, sin quererlo, a querer mi lengua entre tus piernas, y mis ganas tan dentro de ti. Hace tanto que no escribo que te extraño, será que las pastillas ayudan a estar dormido, a entender que mi imagen se borro de tus labios hace tantísimo, que ya ni las paredes hacen burbujas de jabón para jugar con nosotros, ni tus pies les hablan a mis hombros, ni la luna me presta curitas para el alma, ni cucharas para comer pedacitos de paz.

domingo, noviembre 7

El vomitante

La sensación no era nada extraña, ni siquiera lo fue al principio, fue como un simple vómito, normal, los músculos fuertes y el intestino retorciéndose para escupir por el esófago, lo extraño del caso era lo que caía en la cubeta al lado de la cama. La primera vez fue un sueño, algo extraño, se sonrojó cuando se halló vomitado y se cubrió la cara con sus guantes azules, palpó la cubeta y lo mojado, se salió, vio la ventana, y saltó al vacío. La segunda y tercera fueron similares, pero habían caído 2 o 3 sueños a la cubeta, el resultado era el mismo, acababan muertos en el macetero del vecino, ensangrentados y sin un zapato, pero con una mueca de risa en la cara.
Las siguientes ocasiones, que eran cada vez más frecuentes y más abundantes, empezaron a preocupar al sujeto, que de noche se hallaba preocupado por que no le llegaban sueños nuevos, y en la mañana seguía vomitando algunos viejos, cansados, pero entrañables sueños, cada vez cabían menos en la cubeta, que el sujeto acabó vomitando directo en la ventana, ahorrando a los sueñecillos expulsados la vergüenza del suicidio.
Para el día 20, el sujeto se halló vociferando en la ventana, la sensación de vómito era demasiado fuerte pero ya no salía ningún sueño, ni líquidos, ni voz, nada, el sujeto se fue a acostar sabiendo que ya no tenía sueños, y se dio a la tarea de soñar más, pero no pudo, ya no pudo, y con el tiempo empezó a olvidar, tiró la cubeta, tiró el colchón, y se dio cuenta que ya no quería dormir, no tendría sueños, ni tendría nada que vomitar.
Algunos restos de sueños todavía reposaban en un par de macetas que el perro había dejado sin revisar, y al día 40, un par de sueños empezaron a trepar lentamente hacia el cuarto del sujeto, que al descubrirlos, se los tragó, sin pensarlo, luego tomó un vaso de agua y se fue a dormir.
Al otro día el sujeto quiso vomitar, pero el par de sueños evitó a toda costa su salida, se tomaron del brazo y se aferraron fuertemente a una costilla, luego a una vena y luego a algo que latía en forma de corazón. Al día 41, hallaron al sujeto tirado en su cama, en posición de vomitar, una cubeta nueva vacía, los ojos vacíos, y la ventana abierta; un par de sueños corrían por el jardín del vecino presos de una alegría inmensa, corrían fuerte y de la mano, esperando que alguien, en algún lugar, los soñara, y ese alguien, no tuviera cubeta, ni tristezas, ni ganas de vomitar.