miércoles, noviembre 25

Tres cuentos de rutina

Los instantes 

Se desquebrajan tantos instantes, tantos y tantos pedazos de tiempo vestidos de oficina, lamentándose del regreso de un nuevo vía, que se hace difícil hallar un solo momento para apreciar su marcha silenciosa, no hay nada, ni sol ni luna que le hagan mirar atrás. Y allí va, suicida, cayéndose al vacío de un sillón donde no hay mucho para mirar, salvo los instantes, atrapados en su propio momento de ya no ser. 


Ventanas 

Es que desde aquel día empecé a ver las ventanas de un modo distinto, dejé de asomarme por instinto con la misma idea de apreciar lo que ocurriera allá afuera para darle calor a lo que sucede acá dentro, y resultó que miraba de regreso a lo mismo, a las locuras que se encabronan por el calor de los días de diciembre, por la falta de aguaceros, por el roce intermitente de las banquetas contra el fuego, que simulan una guerra de latidos donde la tierra se muere poco a poco, y llora árboles, y llora mares, y llora todas las lunas del cielo, para negarse a cerrar la ventana donde asoma su sol. 


El olvido 

Independientemente de la idea que pueda tener acerca del suicidio, creo que un cuarto como este lo puede inducir de manera siempre más sencilla, no sé si sean los colores, las formas que se dibujan en la pared, los rostros que se forman sobre las grietas, como se pierden las sombras, los pies, las cervezas empolvadas, la ventana que está medio abierta pero no deja entrar... no hay nada que pueda entrar; un tablero de luz que no sirve, un refrigerador que no enfría, cables, paredes, esquinas, esquirlas, cuadros muertos, y del cielo, desde el techo cuelgan como unas hebras que de repente asemejan ser unas cascadas de sombra, solo ausencia de luz, botes llenos de nada, escobas para barrer el olvido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario