jueves, diciembre 3

Cuento para Gaviria

Ella, luego de cambiar de opinión, cerró las hojas del libro y decidió que había leído demasiados cuentos de hadas. Las hojas y el polvo fueron la cárcel para sus pequeñas lágrimas de niña, entre los brillos, estallidos y cánticos de juegos infantiles, una enorme protesta le recorrió las ganas a su piel, que estaba enegrecida y había vuelto a convertirse en cenizas, reclamando caricias, reclamando fantasías y también inventándose alguna más. El espejo, mudo como siempre, se quedó impasible cruzando las piernas en aquel sillón, leyendo periódicos y releyendo noticias de lo mismo, de los mismos, buscando un nombre, un detalle, un quiensabe qué, indagando a la nada, al infinito, a su propia miseria reflejante. Cuando ella alzó los piesitos queriendo columpiarse hacia la luna, olvidó todo lo que había aprendido del espejo aquel, y ruborizada quiso explicarse como es que aún amaba al personaje de aquel libro, de aquella aventura, de aquella ficción, y yo, con todo el miedo del mundo, no me atreví a decirle que ella era la heroína, la de las mil vicisitudes, la del cuento de hadas, metida, con su espejo, en un libro en el ápice de mi librero sin fin. Ella es Luna.

No hay comentarios:

Publicar un comentario