A veces lo entiendo, miro el vaso,
tomo el agua, me vacío de infiernos y luego olvido aquella sed. A veces creo
saber que así son las cosas, mi imagen borrándose despacio de tu pared, mi cuadernito deshojándose en tus sueños, mis manos desvaneciéndose en tu piel, son
simplemente escalones que vienen lentos, seguros, al olvido que somos para el
hoy. A veces, sin quererlo, me despierto queriéndote más, extrañando el mismo
beso que imagino en poemas, me sacudo los colores cursis y acabo vestido igual,
ante un bosque, tan denso de ideas que es imposible atravesarlo a paso veloz,
ni volando, ni nadando por debajo de sus nubes, logro esparcirme en voces
dentro de ti. Y a veces, dejo sueños en tu puerta, aunque de mañana, el viento
se los lleve y los tire por ahí, y tú salgas, perfecta a la mañana que espera
tus pasos, y colgada de tus ojos sea la luna la que se empeñe en amanecer de día
otra vez. Debajo de las sábanas, sin embargo, mi mundo estalla, sin llegar a
supernova, tan solo se queda en luces que caen luego de alzar un vuelo torpe a
nada, a nadie, como siempre más. A veces, lo entiendo, miro la hora, y sé que
se ha ido otro segundo sin que pienses en mí. Y así vendrán muchos más, tú
olvidando, yo dejando en cuadernos mis sueños, en virtualidad mi engaño, en
espejo mis ojos que ya no van a volar.
Para cuando tus ojos vengan a este mar, seré luna bailarina que cae explotando en soles sin luz; el hasta pronto es torpe, pero es vivo, al menos, para tratar de olvidar, y morir con flores pintadas con pequeñas crayolas de fe, el vuelve pronto, aquí te espero, es un rasguño, en el alma, que nunca cerró.
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