jueves, septiembre 19

Peculiar

(desvaríos, en plena madrugada, lo leí y volví a reír, así de absurdo ando hoy)

La verdad es que me dueles. Aquel viejo dicho de “la llama más fuerte arde más rápido” se aplica cuando pienso en ti. No se trata de que se pierda lo que siento, al contrario, me quema porque es justo a ti a quien no puedo tener. Y cuando alguien dice y habla de ti, el corazón se hace hueco y me retumban los celos abriéndose paso hasta matar, no sé describirlo de otra forma, como un dolor fuerte sin la punzada, como caerse de una montaña sin el golpe y el silencio final. Tan solo, es doblarse sobre tu propio universo y sentir que se te escapa la luz por el estómago, por los pulmones, por los ojos, cuando tu imagen con alguien más arremete y rompe contra cualquier tipo de cordura. Luego vienen los momentos de ensueño, las peliculitas diarias que uno se arma mientras va caminando por la ciudad, y hay parajes, pequeños, que me recuerdan a ti, sentada a mi lado cuando pasábamos por ahí riéndonos de lo azul del cielo, los semáforos en rojo y las curvas de esta ciudad chiquita, los regresos largos a tu casa, las calles que se abren como mares y nos abrazaban cuando queríamos llorar, cuando queríamos besar, lejanos e indivisibles, bajo atardeceres de fe. Hay mañanas que las voces de gente ausente me hablan de ti, justo en días como hoy que soñé que estabas a mi lado mientras escribía esto, y el vaso de agua me enseña tu imagen, tu espalda, tus ojos cerrados por un viento mayor a mí, y carajo, uno se enfrasca en el trabajo para enredarse las ideas, ¿hay mil maneras no?, pero al final del minuto siguiente debo detenerme siempre a pensar en ti y en lo que la gente recuenta de nosotros. Hay frases tontas para encadenar amores, para resumir historias y guardarlas en pequeñas cajitas de cristal, y asomarse no es tan placentero por que le faltan los codos a la luna, los brillos que le dan sabor al café, al pan, a las seis cervezas, a todas las noches de mirarte envuelta en luceros que te siguen llevando lejos de mí. ¿Bastante ridículo no? Sin embargo el pedazo de papel se me resbaló de las manos y tuve que acudir a territorios virtuales para dibujarme así como soy hoy, jodido por todos lados, petrificado ante un altar de tus besos porque nunca aprendí a hacerlos para mí, y es que uno no se explica este tipo de vacíos, dudas existenciales, locuras, tonterías al fin y al cabo que no dejan de ser gigantes destruyendo nuestro entorno o escondiéndonos de él. Las amistades aferradas a serlo, por fortuna, son los brazos para no caer de cara en el asfalto, aunque las barrancas y los malentendidos suelen poner continentes de por medio para que migajas no se brinquen al otro lado de un charco, a veces, de las más puras tonterías diseñadas por el hombre para ser, o dejar de ser, un pensante ser. Todo, a veces, me resulta demasiado gris como para siquiera voltear y dejar la mirada un segundo, la gente sigue mirando y juzgando, discrepando, alterando, carcajeando, fotografiando, burlando, criticando, publicando, comentando, analizando, chismeando, dizque abrazando, y todos esos mismos ojos son el río porque el que vamos en nuestros vasitos desechables navegando en pos de una pirata que nos robe en altamar, que nos robe el alma y que se lleve de rehén nuestro sentido del tacto, que se lleve todo y alce una bandera de indiferencia para amanecer vivo mañana, sin sentir estas ausencias, sin sentirte tan cerca y tan lejos de mí, sin pensar en que mañana vengas y por fin, quieras que sea tuyo para mirarnos los pies entrelazados y la mañana sea la cobija donde aprender a querer, los mismos espejos rotos donde insisto en armar rompecabezas de mejores días, mejor no, al cabo el texto es demasiado largo para leerlo con la misma sed, al parecer te alejas, y lo que no me explico, ni aún bajo los efectos de estas pastillas, es porque te siento tan dentro, porque te ansío así, y a veces, cuando dueles, quiero arrancarte pero tus raíces se llevan pedazos de mi corazón otra vez, regrésamelos. Tan solo busco alguna piedra sin alas para que me enseñe a escribir, para dejar de ser yo, para dejar de soñar con imagines que quizá ya no volverán. Tu indiferencia me destroza.

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