miércoles, noviembre 4

Una Tarde Como CualQuiera

Era una tarde casi como cualquier otra. Salvo que mi fe rodaba por las escaleras hecha un guiñapo y mis ojos se extraviaban por la ventana queriendo volar. ¿Has tenido esa sensación cuando despiertas de un sueño tan exacto, tan preciso, y los diamantes que te habías encontrado no son ni ceniza en el bolsillo de tu pantalón? Así me siento casi diario, al menos últimamente, no sé que he perdido ni sé que he dejado de hallar, solo sé que no encuentro algo que no perdí y que he olvidado algo que nunca tuve; de cierta forma, también acepto que tanto tiempo conmigo mismo empieza a crear una revolución suicida de neuronas en mi cerebro, y se van agarraditas de las manos hasta el precipicio más cercano y entonces, sin más, se rompe un axon tras otro y se dejan caer a la muerte más sencilla que han podido idear, arder en el olvido. Luego me doy cuenta que este eterno monólogo tan dispar entre mi y mi se vuelve monótono, pero nunca aburrido, sigo siendo distante en mi forma de tratarme y sigo siendo bastante ecuánime a la hora de convencerme de no llegar nunca a donde no debo ir; y casi siempre lo logro. Doy la vuelta a la manzana y llego a la glorietita donde mi alma se mareó de tanto buscarse a si misma (muy al estilo de Chaplin dándole vueltas a una mesa perseguido por algún matón), y me regreso siempre pensando en que me he vuelto a poner una media de uno y otro de otro, la sensación de perder algo sigue y mejor me regreso a esta celda, un poco aterciopelada por mis melancolías que peregrinan a mis ojos en las mañanas de tomar café, pasar por el pedestal y ver a las palomas cagar al mundo, y yo ando en cuatro ruedas a la rutina que no me molesta, pero que me incomoda los sueños de ser carretera y huir. Si aquella era una tarde cualquiera, las demás se han vuelto extraordinarios recordatorios de lo embelesado que me vuelvo cuando miro al cielo cambiarse de camisa, y de repente, es negro y llora, como yo, y por momentos tenues, se viste de color y acecha a las flores con sus rayos de sol, como yo. No sé, a veces creo que me invento el cansancio, que me invento que el mundo está dándose un tiempo conmigo y que no me quiere ver por ningún lado, pero el espejo no sabe mentir, y recurro a ser un indigno paseante por la espalda de los acongojados segundos que me presta el día, y le bailo despacio al antojo de una lengua en mi sexo, cierro los ojos y me estremezco pensando en los encuentros casi casuales cuando te imagino antes de dormir y casi te siento acostada por encima de la luna; pero luego, la música se viste de loca y se va. Y así, por tiempo indefinido, sigue mi fe cayendo despacio, se escapa del convento de nubes asesinas y de paso se roba a mi alma que se había decidido en regalarse al diablo, y antes de profesar sus votos eternos, salen corriendo y relampagueando sonrisas para llegar y repegarse junto a mi. Demasiado imperfecta, la soledad, quiero decir, por que a veces viene a saltos, y asalto la lujuria de tenderle una trampa para que se vaya por siempre lejos de mi, pero tampoco me atrevo, ¿qué hombre en su sano juicio quiere vivir sin sentir sus besos pegajosos de hastío y la comezón de un corazón hecho polvo resbalando por los huesos?; la soledad es sencilla, pero insisto, imperfecta, por que casi siempre viene cuando uno intenta (o sueña) ser feliz. Ayer volví a tener esa sensación extraña de haber estado viviendo lo mismo una y otra vez, sabía las frases que seguían y conocía las respuestas a mis preguntas que aún no me decidía a formular, en el camino, por aquella colina donde siento que me elevo hasta la cima del mundo y luego la brisa del vértigo en bajada me pellizca un cachete para torcerme las ansias de ser ave; todo este asunto incomprensible y problemático de dudas y existencias tan febrilmente frágiles que he estado experimentando, puede también ser resultado de los gritos del sueño arañándome la espalda, mi cama susurrando que vaya a mojarla y una musa azul espiándome desde el mensajero. Tantas letras absurdas para decir nada. Estoy triste. Extraño y no sé pasar los días sin su risa, extraño y no se caminar sobre estas aguas de fotos y el barquito de papel que se tambalea, se muere, pero curiosamente, no ha aprendido aún a zozobrar. Pero si, era una tarde casi como cualquier otra. Salvo que mi fe rodaba por las escaleras hecha un guiñapo y mis ojos se extraviaban por la ventana queriendo volar.

*** El axon, cilindroeje o neurita es una propagación filiforme de la célula nerviosa, a través de la cual viaja el impulso nervioso de forma unidireccional, y que establece contacto con otra célula mediante ramificaciones terminales.

1 comentario:

amanda dijo...

aaah me awba ke escribas kon feeling !!
aunq kreo ke yo lo tomo todo muy textual >.<

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