De repente me ha dado por trastabillar en las escaleras, cualesquiera que estas sean, de caracol, esquinadas, eléctricas, de madera, de piedra, todas, toditas hacen una leve finta cuando llegando a ellas y mi pie como que se retuerce al momento de ese primer (y decisivo) escalón, es entonces que me veo forzado a bajar la vista y ordenarle a los pies que anden sin miedo, casi siempre funciona, cuando no, acabo enredado en discusiones tontas con la escalinata, acerca de quien tuvo la culpa y si sus intenciones fueron tan arteras como mi reacción exagerada; aunque casi siempre, ninguno de los dos dé su brazo a torcer.
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