jueves, mayo 14

Érase una vez…

…un mar, donde al filo de la madrugada caí de la cruz y pude por fin mirar el mundo desde la orilla de un cielo donde llover no significaba morir. Me ahogaba en aquellas aguas pero no era muerte la gloria que me estremecía el alma, la razón que se desbarataba en pedacitos de aire que eran nuestras alas, para salir de aquel instante y zarpar de nuestro muelle prohibido, con la esperanza de nunca tocar tierra otra vez.

…una luz, cansada de brillar de día y de ausentarse para darle vida a la noche. Tan cansada que una tarde decidió venderse al mejor postor. Puso a la venta sus ojos y con la piel de ángel se colgó de las tormentas y se fue arrastrando locura por un mundo de mañana donde las sombras bebían atardeceres de cerveza y pan.

…una luna, que venía cada noche a mi ventana y en una de tantas se llevó mi risa. Casi siempre brincaba de la pared a mi espalda dejando vacío el óleo donde se quedó atrapada cuando supo de su amor por mí, vino y se hizo cuna entre los árboles del miedo, de la noche donde fuimos la garganta abierta para darle rienda suelta a un sueño enterrado en forma de cruz para que no nos volviera a llover. Luego sucedió que la ventana se cerró detrás de mí al volver, y ella se quedó lejos hasta que quiso irse a buscar otro brillo de porte militar, dejando mi casa bañada en soledad.

…un cuadernito, colgado del ápice de las manos de un iluso escritor. Vino a hacerse verde y confundirse con el pasto una mañana de agosto y azorados colibríes abrieron paso al intruso ladrón. Aquella tarde lluvia el cuadernito dibujó suicidio en su portada y luego entrecerró las hojas para morirse de amor, dejó detrás de si un índice descompuesto, y la mirada perdida entre un capítulo etéreo y uno levemente inclinado a su favor.

…un cuento, perfecto y tupido de nubes donde los rayos de sol bailaban alrededor. Aves y rezos volando, dulces y risas flotando, magia y rosas brillando entre las ganas de meses que nunca se cansaban de envejecer. Y como todo buen cuento de hadas, en el horizonte se dibujó un villano que vino a quitarle color a nuestro cuento en cuestión. Vino desde el horizonte la tormenta y luego las noches, las espinas, la sal y aquella banca, sin ti, sin tu cabello y sin tu silueta dibujada contra mis manos, vino la espera, de asomar a la ventana viendo cuentos pasar, viendo más cuentos como el nuestro, morir.

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