sábado, enero 18

Ser noche y no comer estrellas

Salí de cacería por la lluvia de estrellas anunciada para anoche, tenía hambre y preparé una sartén (con teflón) y un poco de aceite, la lumbre lista y la panza ansiosa, con ganas de una estrella empanizada. Pasaron varias, más rápido que lo que me pongo triste y ni sus luces pude saborear, vino otra oleada y alcé la red y la mirada esperando mi fortuna, pero a ninguna la pude atrapar.

Desperté y de madrugada quise volver caminando a mi cuarto, pero las dos estrellas no querían soltar mis brazos, íbamos volando bajo y fuerte, ellas con una risa de fiesta y yo con el aire y el rocío en la cara, viajando hacia donde sea que van las estrellas fugaces, tuve que alzar los pies para no pegarle a unas montañas, luego ya no sentí los brazos y no sentí volar, nadábamos en el aire y éramos estrellas sin preocupación alguna, volando, nadando y corriendo sin otro sentir que el aire en las puntas de cada uno de nuestros destellos, íbamos más fuerte, esquivando montañas, esquivando edificios, esquivando sartenes, y esquivando ser estrella lista para empanizar.


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