martes, noviembre 5

Eureka

Cuando el minotauro halló la salida, el laberinto parecía haberse derrumbado años atrás, las plantas eran polvo y la lluvia era un bosque, no había caminos hacia el pueblo como siempre imaginó, y no tuvo recibimiento de héroe como soñó alguna vez, simplemente despertó y de pronto todo era luz, una lámpara lo miraba desde lejos y las paredes se veían pintadas de siluetas infantiles que sus ojos viejos no entendían ni podían percibir, el suelo algo blando, color casi azul, alfombra extraña y unas cajas de cartón. La figura de dos metros se alzaba hasta el techo y los ojos rojos eran volcanes, bramidos lentos, apretó las garras y volteó presuroso cuando el niño dejó caer su libro de cuentos en un rincón cerca de la cama. El monstruo caminó lentamente y el hocico se abrió en espera del primer alimento en cien años. El niño en pijama y descalzo, con la cara blanca y los ojos grandes, solo atinaba a murmurar: funcionó... funcionó...

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