lunes, octubre 15

Los grillos no han dejado de cantarte

Hay tardes, como esta, que me le quedo mirando para siempre, la mujer serpiente desnuda sigue mirando a distancia, y yo, desvanecido en sus trazos de cine, le sigo mirando, y desfallecido me envuelvo en su amarillo y quiero taparme con su luz, ser verde pared que le cobije de nuevo cuando vuelva de ser cien suspiros, le sigo absorto, y soy pincel en líneas torpes por sus pechos, terco y ensoñado, quiero ser yo el que repte por su espalda, por sus pies, y encajarle las uñas y desamarrarle las manos para que trague de mí, luego la luna de su ombligo me llama de nuevo y soy el cordón de vida, me encajo por sus manos detrás amarradas y me elevo a su ojo feliz, allá vamos cayendo de nuevo por los discos escaleras que nos miran carcajeados de mar, allá viene mirándome rojo y resbalando quimera, altanera, mujer, y me miro queriéndola hacer amores como antes, vestidos de campo, de fe, alucinando fugaces estrellas que atrapo en el cuello y bebo de ellas, y el espacio, tan largo, de su cadera tirante y su boca ausente de mí, eterna, voy a saborear un sueño para no pasar la noche a oscuras, mujer, voy a quererte debajo de mis ganas, para que me quieras, encima de tu sed.

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