viernes, octubre 5

Guardame una Sonrisa

Esta era la peor hora del día. En aquella época (hace como un millón de años), me sentaba igual que ahora frente al monitor y hacía el recuento del viaje de mi casa al trabajo, y de regreso, pero a veces, hacía escalas con la mente donde me gustaría salirme de la rutina para irla a buscar. Eran pocas horas de distancia pero estaban demasiado altas, era difícil brincarlas. En mi trabajo,mi escritorio quedaba cerca de una ventana a la nada, los montones de papeles y el griterío en el lugar casi tapaban la boca de luz de la entrada, la escalera se asomaba tímida y debajo, como tierra prometida, la puerta negra de metal; el sonido bailarín de una corneta con sabor a empanadas, me anunciaba la llegada de vendedores, mientras me replicaba ansioso y me picaba las costillas en forma de cincel, los pies me cosquilleaban con la idea de agarrar mis llaves, apagar el mundo y salir corriendo a decirle todo lo que me callaba por email. Resulta que una vez la atrapé en foto, justo al momento de cerrar los ojos y pensar en mi (al menos así me gustó imaginar aquel momento), luego los abrió y me comió con su luz y su tristeza, que era mayor a la mía que se opacaba por el sol que brillaba más allá de mi, más allá de sí. Sus letras eran tempranas y su voz dibujada, lo relacionaba con la imagen aquella, el pelo recogido y los labios mojados, eran el pretexto perfecto para irme a dormir con un granito de fe bajo la almohada, que a veces se hundía en mis sueños y se largaba de ahí, tan solo para regresar de madrugada haciendo poco ruido, metiéndose la pijama despacio, y aferrándose a creer en mi otra vez. Me pregunto qué habría pasado de salir corriendo. Me pregunto qué habría pasado de robarle la vida y llevármela lejos tan solo para mi. Me pregunto si alguna vez seré capaz de hacerle caso a la locura, al desafío y a la aventura de largarme tan lejos donde ni yo mismo me pueda encontrar. Pero aquel no era el caso, ni el amor era la cuestión ni las ganas el problema. La cadenita de sueños que nos unía, simplemente, un día se tensó de más, y rompió por allá lejos de mi, cerca de su cordura, y justo en medio de la sien de un bufón con converse rojas en domingo, recostado sobre una nube riéndose del destino que a él mismo se le ocurrió tejer.
 
Esta era la peor hora del día. Pero hoy las migajas tienen hambre, y escarban debajo del tapetito buscando hacerse de su propia luz. Vamos a caminar.

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