…y fue entonces que
divisamos nuestras almas rotas y quisimos pegarlas con pegamento, pero siempre
había sido demasiado tarde, incluso antes de empezar a alardear de la eternidad
del tiempo cuando se viste de rojo y sale a andar, sin camino fijo, sin
atardeceres fijos, sin viento para desayunar. Y no, no me gusta empezar el día
con el ala izquierda rota enyesada y dispar. Trataré de servirle un poco más a
las aspirinas que luchan con los dolores y su obsesión por hacer bailes de
máscaras en mi cerebro. Tengo un dolor que no se quita, y que no se puede
operar, pero tampoco debe ser tan malo si nació de mi después de aquel sueño
que he querido olvidar con tantos anhelos. A lo mejor es cierto, y un día, como
dicen, descansaré de los gritos y los sudores y esconderse para recetarme
éxtasis a la hora que los dragones no divisan bien el suelo, ni las flores, ni
moribundos aferrados a escribir. Hoy la pluma amaneció boca arriba y jura que
tuvo la misma pesadilla que el sombrero cuando acusaron de ladrona a la
estrella fugaz, el cuaderno tomó nota y se rió lento aprendiendo a guardar el
secreto del escarabajo, insistente, que se quedó dormido en una banca en el parque
de las calles de césped y las casas de azúcar y algodón. Nosotros decidimos
salir andando aquella tarde, no había rumbo pero tampoco regreso al quien sabe
de amanecer con las costillas adoloridas, y la tos, y el asco de exprimir los
ojos con los puños solo porque sí, porque así se queja uno menos y se dan
cuenta más que es una vida normal, sin sentido, pero normal. No creas que no,
trato de olvidarte cada mañana, riguroso rezo a tu imagen para saciarme de ella
en una felicidad fingida, fingida nomás. Y metódicamente ando por las paredes,
descalzo y vagabundo para quitarme la sed de imaginar tus besos, las ganas de
tus besos. Ya tú lo has de saber, cuando despiertas y no estoy, y mañana,
sencillamente no estaré ni cerca, ya no, si sabes que siempre has tenido razón,
y los poemas acaban tosiendo polvo en los libreros y las arañas acaban tejiendo
redes que agarran los pedacitos de amor desperdigados por la acera. Mira, mira
las pinturas en la calle, como se arremolinan para caerle bien a la propaganda
de tristeza que inunda hoy a la calle, al mes, a la montaña. No sé si te
enteraste, el otro día, el periódico salió en las noticias y lo acusaron de
ladrón, encabezaba la nota roja un cuchillo que asesino a tres sandías, y su
dueño, vuelto loco, se comió su corazón. En los clasificados siguen tercas las
nubes suicidas, buscando lluvia seria en edad de merecer, limpia y que no use
drogas para llorar ni para mojar praderas, cosa que me parece por demás
absurda, deshonesta, si al cabo, las praderas suelen ir a los bares en busca de
tormentas borrachinas que les humedezcan el paladar. Allá a la vuelta, una
princesa soltó sus manos, y camina sola, y sus alas se acurrucan en la ventana
y sus letras quedaron libres para ir por la calle y sus ojos se pusieron en
huelga de llorar. Total, el tendedero ya no aguanta sueños, se balancea como
panza de elefante casi hasta el suelo y roza con la espalda adolorida el charco
que se forma en la azotea, el charco donde nada mi cordura, desatada de manos
solo por hoy, arrebatada de locura, solo por hoy. Así nomás, sin el plan de
hacerlo, si vale la pena soñarse ataviado de guirnaldas y pintado de guerrero,
y con el ardor en el pecho ir de espía a la guerra florida y amanecer repleto
de altares y de dioses comilones que esperan su ofrenda en el primer escalón,
exigentes, malos para dar propina, y asquerosamente atados a alguna leyenda
arcaica que les impide irse de vuelta a algún pozo, a descansar. No es que no
crea, es que no es Marte el naranja en la noche, impostor seguro, algún globo
perdido o algún corazón enamorado que se elevó hasta allá. Suele pasar, sin
duda, que la musiquita alienta a los sentidos y las manos se ponen secas y temblorosas
nomás de pensar en tu voz y en tu boca formando una sonrisa, tiempo de cerrar
los ojos y dejar de fajarme a la pared. Salimos en una pequeña balsa que
parecía llevar los pantalones muy flojos y el escote muy abierto, pero no le
miramos de más para evitar el problema, y no le miramos de más para que no se
nos cayeran las estrellas que amenazaban con barrer el agua que nos llenaba y
nos llevaba más allá, por el estrecho que se hacía eclipse y luego amanecía
como si nada, sin resaca, sin destino fijo abríamos los ojos y a la vuelta de
cada recodo de río otra vez las morsas bailarinas daban el espectáculo de medio
día, y seguíamos y pensábamos hallar algún tesoro amarrado a la corriente, pero
no hubo tesoro, no hubo más que los rasguños, los gritos, yo azotando la puerta
y tú sentada igual de sola que hasta hoy, yo escribiéndote poemas y tú igual de
transparente, yo llorando de amor y tú igual de atada que siempre, yo mojado de
la cabeza a los pies y tú igual de dormida que siempre, yo asustado a morir y
tú igual, dormida, imaginada, fugaz. Aquella mañana, todo fue distinto,
¿recuerdas?, yo había perdido la fe y tú habías perdido un beso, que se me
quedó para siempre entre estas letras; luego echamos a andar por aquel camino
que se dividía en dos, y fue entonces que divisamos nuestras almas rotas y
quisimos pegarlas con pegamento, pero siempre había sido demasiado tarde,
incluso antes de empezar a andar, ya era tarde para este hoy, y ya era tarde
operarme esta cabeza y sanar, y ya era tarde para empezar de cero, y ya era
tarde para soñar amar, ya era tarde para echar el tiempo atrás.
y todo esto para decir como te echo de menos
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