lunes, febrero 24

Como te echo de menos

…y fue entonces que divisamos nuestras almas rotas y quisimos pegarlas con pegamento, pero siempre había sido demasiado tarde, incluso antes de empezar a alardear de la eternidad del tiempo cuando se viste de rojo y sale a andar, sin camino fijo, sin atardeceres fijos, sin viento para desayunar. Y no, no me gusta empezar el día con el ala izquierda rota enyesada y dispar. Trataré de servirle un poco más a las aspirinas que luchan con los dolores y su obsesión por hacer bailes de máscaras en mi cerebro. Tengo un dolor que no se quita, y que no se puede operar, pero tampoco debe ser tan malo si nació de mi después de aquel sueño que he querido olvidar con tantos anhelos. A lo mejor es cierto, y un día, como dicen, descansaré de los gritos y los sudores y esconderse para recetarme éxtasis a la hora que los dragones no divisan bien el suelo, ni las flores, ni moribundos aferrados a escribir. Hoy la pluma amaneció boca arriba y jura que tuvo la misma pesadilla que el sombrero cuando acusaron de ladrona a la estrella fugaz, el cuaderno tomó nota y se rió lento aprendiendo a guardar el secreto del escarabajo, insistente, que se quedó dormido en una banca en el parque de las calles de césped y las casas de azúcar y algodón. Nosotros decidimos salir andando aquella tarde, no había rumbo pero tampoco regreso al quien sabe de amanecer con las costillas adoloridas, y la tos, y el asco de exprimir los ojos con los puños solo porque sí, porque así se queja uno menos y se dan cuenta más que es una vida normal, sin sentido, pero normal. No creas que no, trato de olvidarte cada mañana, riguroso rezo a tu imagen para saciarme de ella en una felicidad fingida, fingida nomás. Y metódicamente ando por las paredes, descalzo y vagabundo para quitarme la sed de imaginar tus besos, las ganas de tus besos. Ya tú lo has de saber, cuando despiertas y no estoy, y mañana, sencillamente no estaré ni cerca, ya no, si sabes que siempre has tenido razón, y los poemas acaban tosiendo polvo en los libreros y las arañas acaban tejiendo redes que agarran los pedacitos de amor desperdigados por la acera. Mira, mira las pinturas en la calle, como se arremolinan para caerle bien a la propaganda de tristeza que inunda hoy a la calle, al mes, a la montaña. No sé si te enteraste, el otro día, el periódico salió en las noticias y lo acusaron de ladrón, encabezaba la nota roja un cuchillo que asesino a tres sandías, y su dueño, vuelto loco, se comió su corazón. En los clasificados siguen tercas las nubes suicidas, buscando lluvia seria en edad de merecer, limpia y que no use drogas para llorar ni para mojar praderas, cosa que me parece por demás absurda, deshonesta, si al cabo, las praderas suelen ir a los bares en busca de tormentas borrachinas que les humedezcan el paladar. Allá a la vuelta, una princesa soltó sus manos, y camina sola, y sus alas se acurrucan en la ventana y sus letras quedaron libres para ir por la calle y sus ojos se pusieron en huelga de llorar. Total, el tendedero ya no aguanta sueños, se balancea como panza de elefante casi hasta el suelo y roza con la espalda adolorida el charco que se forma en la azotea, el charco donde nada mi cordura, desatada de manos solo por hoy, arrebatada de locura, solo por hoy. Así nomás, sin el plan de hacerlo, si vale la pena soñarse ataviado de guirnaldas y pintado de guerrero, y con el ardor en el pecho ir de espía a la guerra florida y amanecer repleto de altares y de dioses comilones que esperan su ofrenda en el primer escalón, exigentes, malos para dar propina, y asquerosamente atados a alguna leyenda arcaica que les impide irse de vuelta a algún pozo, a descansar. No es que no crea, es que no es Marte el naranja en la noche, impostor seguro, algún globo perdido o algún corazón enamorado que se elevó hasta allá. Suele pasar, sin duda, que la musiquita alienta a los sentidos y las manos se ponen secas y temblorosas nomás de pensar en tu voz y en tu boca formando una sonrisa, tiempo de cerrar los ojos y dejar de fajarme a la pared. Salimos en una pequeña balsa que parecía llevar los pantalones muy flojos y el escote muy abierto, pero no le miramos de más para evitar el problema, y no le miramos de más para que no se nos cayeran las estrellas que amenazaban con barrer el agua que nos llenaba y nos llevaba más allá, por el estrecho que se hacía eclipse y luego amanecía como si nada, sin resaca, sin destino fijo abríamos los ojos y a la vuelta de cada recodo de río otra vez las morsas bailarinas daban el espectáculo de medio día, y seguíamos y pensábamos hallar algún tesoro amarrado a la corriente, pero no hubo tesoro, no hubo más que los rasguños, los gritos, yo azotando la puerta y tú sentada igual de sola que hasta hoy, yo escribiéndote poemas y tú igual de transparente, yo llorando de amor y tú igual de atada que siempre, yo mojado de la cabeza a los pies y tú igual de dormida que siempre, yo asustado a morir y tú igual, dormida, imaginada, fugaz. Aquella mañana, todo fue distinto, ¿recuerdas?, yo había perdido la fe y tú habías perdido un beso, que se me quedó para siempre entre estas letras; luego echamos a andar por aquel camino que se dividía en dos, y fue entonces que divisamos nuestras almas rotas y quisimos pegarlas con pegamento, pero siempre había sido demasiado tarde, incluso antes de empezar a andar, ya era tarde para este hoy, y ya era tarde operarme esta cabeza y sanar, y ya era tarde para empezar de cero, y ya era tarde para soñar amar, ya era tarde para echar el tiempo atrás.

 y todo esto para decir como te echo de menos


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