miércoles, marzo 6

Como silbando una canción no aprendida

Porque usted no sabe. No podría saberlo aún, tendría que terminar esta lectura y vamos, puede que eso no suceda. Puede que le canse, hay demasiada paja para un mensaje tan sencillo. Puede que le dé miedo, que un rayo le suba desde las plantas de los pies y la envare, la deje quieta y los ojos se le hagan agua. Puede también pasar que acabe y no se entere, que lea por encima de las letras, diciéndose bajito “esto es una b y no sabemos si en realidad lo sea o sea una a con malas intenciones, camuflada” y como lo dirá bajito habrá quién voltee a verla y eso le distraería para enseguida sonrojarse y rápido dejar de leer y alejarse del lugar…perdiéndose el mensaje. ¡Tan importante el mensaje! Tan breve, tan higos frescos, tan café cortito y azúcar de verdad. Aunque lo lindo no es el mensaje en sí, sino lo natural que resulta enviarlo por escrito, y al mismo tiempo saber que no lo leerá, que más bien va a sentirlo y súbitamente, mientras aspira, el perfume será el mensaje, luego será el sabor, el momento. Un pescado al vapor que recomienda, dos líneas de un texto que no memorizó por completo.

¿Pero qué haremos si en realidad acaba esta lectura y no lo encuentra? ¿Cómo compensaremos esos diez minutos que le tomó imaginar que al final encontraría algo importante? ¿Qué contestaré si un día le da por pararse frente a mí y recriminarme por esos diez minutos? ¿De dónde podría yo sacarlos, de dónde reponerlos? ¿De dónde sacaría yo “lo importante” si no lo supo ya mientras leía?

Porque usted no sabe, aún no sabe, pero algo comienza a intuir en la barriga, en los brazos erizados, en ese levantarse temprano y pensar que tal vez, que podría ser, y tal vez está siendo. Pero no sabe, aún no sabe.