Porque usted
no sabe. No podría saberlo aún, tendría que terminar esta lectura y vamos,
puede que eso no suceda. Puede que le canse, hay demasiada paja para un mensaje
tan sencillo. Puede que le dé miedo, que un rayo le suba desde las plantas de
los pies y la envare, la deje quieta y los ojos se le hagan agua. Puede también pasar que acabe y no se
entere, que lea por encima de las letras, diciéndose bajito “esto es una b y no
sabemos si en realidad lo sea o sea una a con malas intenciones, camuflada” y
como lo dirá bajito habrá quién voltee a verla y eso le distraería para
enseguida sonrojarse y rápido dejar de leer y alejarse del lugar…perdiéndose el
mensaje. ¡Tan importante el mensaje! Tan breve, tan higos frescos, tan café
cortito y azúcar de verdad. Aunque lo lindo no es el mensaje en sí, sino lo
natural que resulta enviarlo por escrito, y al mismo tiempo saber que no lo
leerá, que más bien va a sentirlo y súbitamente, mientras aspira, el perfume
será el mensaje, luego será el sabor, el momento. Un pescado al vapor que
recomienda, dos líneas de un texto que no memorizó por completo.
¿Pero qué
haremos si en realidad acaba esta lectura y no lo encuentra? ¿Cómo
compensaremos esos diez minutos que le tomó imaginar que al final encontraría
algo importante? ¿Qué contestaré si un día le da por pararse frente a mí y
recriminarme por esos diez minutos? ¿De dónde podría yo sacarlos, de dónde
reponerlos? ¿De dónde sacaría yo “lo importante” si no lo supo ya mientras
leía?
Porque usted
no sabe, aún no sabe, pero algo comienza a intuir en la barriga, en los brazos
erizados, en ese levantarse temprano y pensar que tal vez, que podría ser, y tal
vez está siendo. Pero no sabe, aún no sabe.