Es que me siento con la capacidad de reconocer que
me falta tu sonrisa. Pero no es una de esas faltas (o ausencias) cursis (o
simpáticas) donde alcabo de algunos segundos (siglos) la resulta que trae el
tiempo de regreso es tan solo extrañar, asentir con la cabeza, sonreírme al
espejo y tratar de conciliar el sueño. Esta es una falta física, real, tangible
y que hasta por momentos, me duele, me da comezón, me causa desvaríos de
conciencia que me llevan a extraviar instantes en una mezcla de sinrazón y olvido,
así, nada más, un parpadeo y me he marchitado al instante, no me moja tu voz,
ni me inundan tus manos, ni tu boca me habla al oído diciéndome pedacitos de
amor. Es noche y me he venido alejando a cuatro ruedas de ti, ni tan veloz,
debes saberlo, como que no quería y por momentos me daba por mirar atrás y
regresar, pero el miedo a que la noche me cayera encima y me dejara convertido
en estatua de sal fue más, a medio camino decidí no volver, tener la paciencia
y rogarle a estos labios que soporten el peso de saberse sin ti. Es que si, en
verdad, me siento con la urgencia de estirar las manos y robarte hasta acá,
para soñarnos, sin que hagan falta letras de por medio, total, lo más fácil
será dibujarnos el camino y borrar el dolor de esta ausencia con alguna máquina
que nos lleve al futuro, alcabo el cielo a veces da volteretas que deja nubes
por donde una puede pasar, escabullirse, y componerse los instantes donde nada
acierta a resolver el rompecabezas en que nos convertimos cuando lejos, cuando solos,
cuando noche, cuando extrañamos, cuando solo pensamos en volvernos a ver.
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