Y
sin embargo, nada se me ocurre ahora. Aunque en realidad traigo
atascadas mil ideas en la cabeza, algunos dolores de cabeza que me
causan picazón y un par de tristezas que me siguen dando tos. Tengo
mucho que contar y por alguna extraña razón acabo contándome todo a mi
mismo una y otra vez, lo sueño, lo releo cuando voy caminando y lo tacho
con nubes cuando estoy sentado frente a la tele tomando un mate de
anís. Son demasiadas letras, las mismas que siento atoradas en la
garganta, que me duele, desde hace años, imagino por todas las cosas que
me quedo sin decir, sin gritar, sin cantar. Tengo un espejo tan delgado
que ya se refleja a si mismo y deja ver un poco la pared, a veces me
miro de reojo y sigo sin reconocerme, me pasa desde que estaba en el
jardin, cuando llegué a las clases eran de mañana y el uniforme azul, y
yo no me reconocía entre las caras de amigos de medio año y extraño por
los meses que siguen (ese mismito era yo), así que así, sin reconocerme,
recorría las idas y venidas a la misma calle en la que hoy,
veintitantos años después, hago como que vivo y sobrellevo mi propia
extrañeza de seguir andando por la misma calle con la misma
incertidumbre de no saber a donde voy. Hay sabores que he querido venir a
escribir en esta bitácora pero se me han escapado de la boca, los tuve
en la lengua y juro que lo primero que pensé fue en venir y platicar de
ellos, sabores de tus piernas, el sabor de tu boca, sabor de tu espalda,
sabores a noches, y sobre todo, el extraño sabor al destiempo cuando la
luna se asoma a mi ventana, y yo, drogado de sueños, duermo cara a la
pared que da a no sé donde imaginando quien sabe qué. Llevo tres días
sin trabajar y debo decir que adoro la no rutina de vivir desesperado
por hacer algo, lo que sea, pero no tener que soportarme con la música
inflándome los oídos y la luz tapándome los ojos para olvidar cualquier
malestar, así que me subo a la alfombra mágica que le robé al señor de
la basura y me largo, asustado por que el celular vibre y traiga voces
que me desvíen de mi propia razón, aunque casi nunca sucede, por que el
camino en alfombra es más suave y suele acabar cuando se abren los ojos,
sencillamente, uno cae a donde sigue el cuerpo vacilando entre ideas de
manos que se desprenden del odio de escribir y se largan a formar
partidos políticos para poner al mundo en huelga de placer, lo cual, muy
regularmente, acaba en un chasquido de narices que me despierta, para
ir por un vaso de agua y volver a quitarme el pantalón para ponerme un
traje de "mevaletodo", hora de cerrar los ojos, otra vez. Demasiadas
cosas que escribir, y nada se me ocurre ahora, justo hoy que me duele
tanto el pecho, mañana, si amanezco menos disperso que hoy, vengo y
dibujo lo que han sido estos días de no trabajar, de recordar, de andar
despacio, y de llorar deprisa.