lunes, febrero 26

Olor Añejo

El amor debe ser como el olor a madera, cuando lo respiras fuerte, y lo sientes meterse en el pecho y dejarte fresco, pero luego, es solo madera, y uno se queda con la ilusión de olerla siempre, a lo mejor viviendo en un bosque donde siempre huela igual, pero la madera se va y también su olor, fugaz como cangrejillo en una playa, como el silencio entre las olas y como el golpe sobre las rocas cuando el mar se decide en salir a asolearse la espalda. Todo aquel asunto de conocer a alguien más y empezar a enamorarse nunca dejará de sernos tan necesario, y las necesidades y lazos que se crean luego de un intercambio de besos son asuntos en verdad extraños, uno se queda dependiente de esas manos en las piernas y las piernas tristes porque ya no sienten el cosquilleo de las manos intrusas sobre de ellas. Las tardes y su torpe caminar se vuelven siempre los perfectos recordatorios de ratos bonitos y abrazos inesperados, y la luna el pretexto perfecto para asomarse a la noche y pensar, con las dudas taladrantes en la cabeza, y con los brazos extendidos al sur, extrañando el olor a madera, extrañando su perfume, extrañando el andar sin estar y el estar sin ser y el ser sin sentir y el sentir sin pedir y el pedir sin dar y el dar sin extrañar.

Le mandé unas letras a la luna en un avioncito de papel, y temo haber dicho lo que no debía por escribir lo que siento cuando el alcohol se adueña de las manos, pero con menos sueño dije cosas peores, espero que la luna se siga empeñando en brillar.

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