miércoles, septiembre 16

El principio

Los pies desnudos, y las piedras que lastiman por la costumbre insulsa de las botas, las hojas que crujen secas, el riachuelo artificial marcando el tono y el caminito a seguir, sigo y le sigo despacio, al fin y al cabo, caer no sería nada del otro mundo, si acaso el cosquilleo de la misma muerte esperanzada que vive en mi, caer y olvidar la fatiga, resbalar y dejar el cansancio acá arriba, donde no me pueda seguir. Hay que tener cuidado con las trampas de viejas arañas de monte, que se cuelgan entre árboles por los que saben que uno pasará y acabará con la cara embarrada en su tela donde serviría de alimento a su ego crecido y su porqué, otra vez, a soportar sus dudas sobre el universo y la disposición absurda de algún dios para los animales y sus mascotas de antaño, los humanos como yo, urgidos de volver al principio de las cosas y hacerlo como ahora, cámara en mano, desnudo y con el ruido de la carretera detrás, allá donde el mundo es simple como los años luz en un reloj de bolsillo. Me arden los ojos al llegar, y la espalda llena de la hierba se posa tranquila para dormitar, cierro los oídos y saboreo el recorrido del viento sobre mi, me atraganto del monte, de la luz de la tarde y de la amenaza de lluvia en el horizonte, aquí estoy otra vez, con una valentía en la bolsa y mojando de absurdos mi escape al cielo, aquí en el principio de la verdad, desnudando el cuerpo, y revistiendo el alma de algo nuevo, aún sin color, aún sin edad, que me llevo de regreso a la noche, para empezar mañana, un día, una hormiga más.

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