supongo estás cansada,
buenas noches Luna
Tal
cual, estoy que rozan mis pies en la orilla de un precipicio (no tan
poético como el de Arreola), pero si tan abismal como el desamor en sí.
Sucede que hay etapas en las que uno recuerda y se inmiscuye en
atrocidades bíblicas de recuerdos, luego viene la cordura, la calma,
pero igual, nunca la paz. Voy a decir sencillamente que hoy no amo, ni
quiero, ni soy. Pero si siento, desgarro y vivo de tus cartas, tus
besos, hundirme en tu pelo negro, imaginar el aroma de tu cuello, abrir
los ojos y saberte ahí dormida, arquear la espalda mientras juegas con
letras, darte la mano despacito por la calle, tu risa vibrando lejos,
tus pies caminando despacito, tus gritos azorando la noche, el oasis de
tu piel, aquella isla donde vives, andar por nuestras calles de césped,
nadar en tu mar, las letras perdidas para ti en mis poemas y tus ojos,
que de repente se asoman y se acuerdan de cuando no me quisiste querer,
pero igual, resultaste enamorada de este sencillo escarabajo azul. Ahora
bien, la orilla no es nada resbalosa, pero uno suele hacer cara de
malabarista cernido sobre la guía de alambre y hacer como que se cae,
como que no se cae, a fin de cuentas, uno quisiera siempre evitarse el
porrazo. Ya no estoy tan seguro, sería mejor, más sano y menos cuerdo
dejarse caer, olvidarse de cuentas de banco y cheques de amor, pagos por
himnos de olvido, canciones lentas de vino y mal humor, y caer tan solo
hasta que la pared se sincere con la luna. Suele suceder que a esta
hora, me pienso en tu boca imposible. Tarareo alguna tonada que te
agrade y pretendo no estar demente y poderte acariciar. Letra etérea me
tumbo en tu vientre y pienso en el porvenir, el librero mudo, polvos de
cielo perdiendo la fe, y a la mesa, dios y el diablo de nuevo,
preguntándose cuando repartiré la siguiente carta y a quien le daré el
favor de perderse en mí, quizá a ninguno, quizá a ambos para terminar
frenéticamente en desenfreno de cielo y sol, las alas no secan, los ojos
no caen y los pies no resbalan al abismo, que se cansa, también, de
esperar que abra los ojos, de una vez por todas y resbale a la nada que
de por sí, cada noche invoco antes de irme a dormir. Voy a soñar
sencillamente que hoy no extraño, ni pienso ni soy. Pero si escribo,
dibujo y vivo de una tarde donde tu risa era la puerta del cielo. Ya
casi nada evita que me vuelva loco de imaginarte, ya casi nada evita que
te piense, sin existir tú, sin existir nunca yo, en ti.