lunes, septiembre 17

Asunto de la luna, la música, y nosotros dos

Ella quiso bailar bajo la luna de aquella noche que parecía no tener fin. Descubrimos detrás de aquellos arbustos que el mundo es menos pesado cuando un beso apasionado te roba el aliento por dentro y te deja los pulmones llenos del aroma a vino barato, como el que tanto nos empeñábamos en desperdiciar en los codazos del bar y las manos alzadas al cielo que, flácido, no ofrecía respuesta coherente a las quejas de nuestras intimidades. Ha de ser un gusto mío delinear las siluetas de los pies danzantes y descalzos tan convulsivamente como mis ojos lo permitan, esa línea amarilla, imaginaria y débil con que dibujo esas ansias de besar tus manos, son todo parte de las mismas ganas de castrar noches como aquella e ir directito al colchón, al cuarto sin puerta y a los sudores de madrugada, a sabiendas que el aroma de su cuerpo durará un par de años visitándome de mañana los domingos como este. Ella insistió en tomar de la misma botella y yo aprendí que los labios de mujer se desbaratan tan fácil como un papalote en una tormenta, que importa el gris y que importaba el morado de los cachetes con frío, si de cualquier forma habríamos de pelear en una cama sin lodo y en los rayos del sol nos largaríamos como un par de ladrones para nunca volvernos a ver. Ella quiso decirme la verdad aquella noche pero la música nunca dejó de platicar sus aventurillas con aquella bailarina de ballet, que también, una madrugada, se puso las zapatillas y alzó el vuelo de la ventana al suelo, y su ritmo se abandonó en un blues abrazado con la luna, llorando sus desventuras en un bar.

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