viernes, mayo 11

Mirando por la puerta

Es para no entenderse, o al contrario, esta quietud es el resultado de mi voz quieta, callada, que guarda la noche bajo el brazo y aprieta los labios para que ni un suspiro se aleje de mi. Es una cosa insensata, la tormenta afuera me repele de salir, las nubes son una cárcel extraña y el cuarto se sigue vistiendo de telarañas para empeorar un poco el silencio de esta tarde, de la eternidad que se ha venido a hospedar en mis dispares actitudes de soledad. Voy a hacerle la travesura a la pared de pintarla con distintos colores cada día, así veré si se aburre igual que yo, si maldice las goteras de cielo y veré que tantas ganas tienen verdaderamente los colibríes de seguirse apareando bajo la luz de mi ventana, insensatos dragoncillos, si tuviera un matamoscas me trepaba y me iba volando tan lejos que olvidara por un rato su aliento, y este silencio, que me recuerda su voz, su quietud, y las dunas que cubren el pasillo y me siguen evitando taladrarme hacia la orilla del río que corre afuera. Es para no entenderse, la mano que me tapa la boca es la misma que destapa la coladera a la inútil sobriedad de mis cuentos sin final, sin principio, poemas bobos que río arriba buscan la vida rica de aventuras que les prometiera el libro del desamor, y más abajo, bajo las rocas señaladas por la muerte de un lápiz azul, yace mi voz, en silencio, anotando en el diario de viaje la próxima estrella a conquistar, la nueva guerra por perder, y el nuevo corazón por marchitar.

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