martes, octubre 26

D´ noche

Lo más curioso de los miércoles es la habilidad de ciertas gentes para saltar codiciosamente charcos de sol. Así se van siguiéndose unos a otros por las orillas de las casas, cobijándose en la sombra de los pocos edificios, como huyendo de un desayuno fugaz donde los devore la luz. Aunque hay algunos que se pierden por las rendijas de ciertas puertas, sin querer, cuando se recargan unos segundos de más, y no se les vuelve a ver. Quien sabe que será de ellos, cuando no lleguen a su oficina y cuando nunca vuelvan a tomar café. ¿Alguien lo notará? Una mano menos haciéndole la parada a la ruta y un par de pies ausentes cuando la luz verde del semáforo indique el momento de acelerar. Pero nadie, nadie que se asuste por esa breve ausencia en la ciudad. Y es que hoy de mañana me tocó observar desde primera fila la primera danza del día, el aroma a café y marraquetas en la pastelería, las peleas en las esquinas por ganarse un lugar en el tráfico, los gritos de lluvia en el viento, las turbias noticias que manchan de sangre al sol, y nada, ni nadie, que se detenga un instante a amarrarse el alma para no olvidarse jamás, ni llorar, ni desmerecer un toque, un instante de fe donde parece que ya no venden ni sueños para llevar. Llegar y ver que el rojo invadió todas las banquetas me vuelve a retorcer el estómago, los muy jodidos, habrá que treparse a las paredes hasta para caminar, para comer habitas si hay fiado y patrullas panzonas rondando por más, papeles regados y una marcha extraordinaria de ángeles de la guarda que exigen menos gente a la cual cuidar, no se vale, hay que rezarle a los gatos, a las bardas, a las flores, al sexo, a las manos cuando se entrelazan de dos, a la sencilla razón para levantarse en miércoles y no caer, sino andar, volar si es preciso, y empezar otra vez.

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