Una princesa
Un día como casi cualquier otro fue que se empezó a deshacer de su forma de
princesa de cuento de hadas. Olvidó por un instante que la comezón en su
espalda eran sus alas y se dejó caer. Y allí, en el bosque en el pecho en el
hombre, dejó su sombrilla y su silueta, y su nombre tatuado en los ojos de
espejo de él.
El mismo toro de la misma canción volvió a la orilla del lago donde dejó por última vez su corazón. Asomó despacio al agua y notó que en el cielo ya no estaba el reflejo de su ayer, de sus pisadas y de sus desplantes de celos cuando a la luna le dio por bailar con el sol. Maldijo mil veces sus palabras y se arrancó los cuernos en señal de desamor. Pero no es que ya no la amara, gritó. Es que me muero de sueños, de música, y de tristeza por tener a la luna escondida en un cajón.
De la tos
Me ha dado por toser y toser lo que se dice un montón de luces, esquirlas
vueltas locas que me cosquillean en el pecho y no me queda otra opción que
matarlas tosiendo, estornudando, causándole ausencia a las letras para que mis
ojos aprendan a mirar de nuevo donde hay obscuridad. Y es que desde que una
luciérnaga se me atoró en el alma, me queda poco rato para dibujar las ganas
por los rincones donde dejé abandonada mi soledad. No es que olvide, no es que
muera de amor, es que nos vivimos de ganas amor. Esta es una de esas noches,
voy a toser brillos, un montón de brillos, y un par de encabronadas ganas de
gritar que te quiero.
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