jueves, agosto 20

Días de cambio

El autocontrol me ha evitado salir disparado hacia los confines del universo. La luna que guardo al lado del machete oxidado y el alebrije escondido en las telarañas, insiste en asomarse con ganas de pedir permiso para volar. Yo me pregunto si lo más adecuado sea desamarrarle las alas al sillón y dejarse llevar. Si. Quizá. Del otro lado del cuarto he visto que la organizada revolución de los libros ha empezado a tomar forma, se sacuden solos, se releen unos a otros y con mirada acusadora me enseñan al que he dejado muerto sobre el escritorio, yo les digo que solo duerme, espera, se relame las hojas a la espera de más ojos. Y es que siempre es así, en los días de cambio, que el corazón se duerme al revés y despierta siempre mirando al sur, como queriendo emigrar, pero se queda, aferrado a los sueños de irse a navegar por la espalda de algún día de estos, resbalándose en un barco de papel que recorra todas las bancas de la ciudad. Nada más se trata de aprender a navegar en nuevos mares, dice. Tan solo se trata de abrir la ventana y averiguar de qué se trata el nuevo día de hoy.

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