lunes, abril 28

Confesión bajo una luna lejana

La soledad era el halo que me seguía aún en las noches de risas, aún en los besos, aún en la madrugada y mi manía de leer historias de terror escuchando el soundtrack de Amelie, la soledad era esa esquirla que a veces confundía con un brillo de luna, con un suspiro, con un amanecer imaginando sueños. La soledad era yo. Y que razón tenía la lluvia al colarse por mi ventana, mis nervios mirando aquel perfil de diosa, y eso que inmediatamente te taché de imposible, que más podía hacer, si igual me quedé callado ante tu luz, ¿te acuerdas?, estabas ahí con tu vestido blanco con estampados de flores, a mi merced, y sentía tu respirar, mi piel estremeciéndose por la amenaza constante de tu voz, y yo callado, sin nada que decir pero sintiendo un escalofrío que me calaba hasta los huesos, mientras escuchaba a la soledad largarse para acompañar a alguien más. Y hay días que me sigo preguntando si existes, si eres real, si no eres como la luna, un dibujo virtual en el cielo, y te beso y saboreo tu lengua entre la mía, y sabes a luz, y confieso que hay días que me da por soñarte despierto, por imaginarte traspapelada entre las hojas de mi rutina, y empiezo a contar al futuro, y al pasado dos años atrás, cuando cogí tu mano con mi mano derecha, y dije aún mirando a lontananza, ¿mejor ya me callo y te beso, verdad?.

sábado, abril 19

Esto es mi Rutina Normal...

Domingo, de tarde, casi noche, asomando a la ventana como quien espera a nadie, pero volteo a la esquina por donde vienen los coches, haciendo cara de “ya es tarde”, quizá no vaya a venir, así la gente que pasa voltea, ve mi actuación del día, y sigue con la cabeza sumida en su propia rutina, en su propio quizás...
Luego vuelvo a ver la foto que tengo siempre cerca, donde estamos tú y yo, la misma foto que día a día significa menos así a lo lejos y mucho así de cerca, encima de mis libros, parece que el marco de flores que hizo el viento le seca, nos quita la imagen, nos devuelve la vida, o al menos a ti, me basta verla para no pensar en ti, para volverme al espejo y verme igual que siempre, atravesado por miradas, por manías, por deseos que tiro al suelo a que se echen a perder.
Quiero hacerme creer que tengo las mismas ganas de escribir que hace un año, mentira, tengo más, pero me cuelgan menos letras, me crece mas pelo y menos saliva para inventarme viajes y fortunas, desequilibrios propios de mi encierro, locuras, disparates pintados de rojo, como alas de mariposa rodeada de luz, inalcanzable.
Por más fuerte que muerdo tu imagen en la almohada siempre se me pierde, siempre cae atrás de la cama y me despierto jalando un zapato que hace meses perdí, y que mañana volveré a aventar con odio, al fondo de todas las cosas que guardo ahí debajo, el polvo, mi alma, mis manos, mis pies, mis sueños.

jueves, abril 17

Principesa I

Había una vez un yo que suspiraba con tardes de lluvia y le gustaba ver principios de películas, solo el principio si, la única vez que aquel yo intentó un romántico final de película en la vida real, se halló corriendo solo bajo la lluvia de sus lágrimas, confundido con la noche y con una puerta (y un corazón) que se le habían cerrado para siempre; era, sin embargo, el final de la primera parte, el de la segunda fue peor. Había una vez un yo que le platicaba al gato sus tristezas, que renegaba de lo largo de un blues y que bailaba un vals con las losetas del baño cada que se dejaban acariciar por sus pies, y que muy de mañana, le soplaba a las nubes en la ventana para dibujarse la mañana ideal, aunque, casi siempre, el vidrio evitaba el contacto con seres de algodón. Había una vez un yo que un día se asomó a unas escaleras por donde una princesa caminaba con una sombrillita de colores, iba y venía y se sentaba a esperar, siempre a esperar y el mundo que era blanco y negro le robaba los colores, y a la princesa, le llovía debajo del paraguas, y al yo, los pies lo llevaban a asomarse por las escaleras y esperar, a ver, sin saber, que por ahí, pasaban aquellas alitas rotas que regaban luz por todas partes, hasta que un día, con una sonrisa, el yo se hizo ayer, y aparecí yo, vestido de hoy, aprendiendo que la vida si es a veces de color de rosa, sobre todo, cuando un pueblo quieto-quieto deja escapar a una princesa triste-triste, que se asoma a la ventana que ella dibujó, y con sus alas (aún rotas), abraza lo feo, lo tira lejos, y en su lugar, exige galletitas con leche, para volver, cualquier noche de estas, a estirar las manos y ponerse la sombrillita de lado, y curioso, que acá, desde entonces, haya dejado de arreciar el temporal.

lunes, abril 14

Desvariando

Cuando yo me muera cúlpese a todo el mundo, hágame el favor señor juez de armar un tremendo problema, póngase bravo y afile el colmillo, que todos salgan responsables. Embargue los bancos, las residencias que paguen y que no se hagan locos; señor juez que indemnicen a mi cadáver que le paguen horas extras a las lombrices, que nadie se escape, que a todos metan al calabozo o al paredón jodan a su madre pero que cada uno de los vivos se muera conmigo; usted mismo electrocútese o péguele un brinco en la hoguera, que mis padres vayan a juicio por dejarme morir, que a mi hermano le den 8mil años de cárcel por hacerles tanta falta, que se rompan todos los focos de esta ciudad, que se vacíen las cervezas en las coladeras, que un ejercito de ratas siga mi cortejo fúnebre y que en mi entierro también ellas se hundan, que el Papa se calle la boca, que me saquen los dos ojos y que en los agujeros metan los huevos de mi peor enemigo, que me ordenen una ultima merienda que me pongan la lengua de Fito en la boca.

Señor juez... señor juez o quien sea que quede vivo cuando yo me muera, muérase conmigo no sea cobarde. Señor juez o señor de la basura o barrendero o quien encuentre mi cuerpo, no me deje aquí, no pegue carrera y siéntese un ratito, sacúdame la tierra, le contare un cuento, un chiste o dormiría en la oficina si pudiera; se dio cuenta como la muerte lo hace humilde a uno, le baja los humos lo convierte en lobo, le arranca los dientes, por eso no se vaya, sino se muere el mundo no importa, es únicamente que de pronto me sentí muy solo.

jueves, abril 10

Todo

Y ya lo ves, la muerte, la desilusión de las estrellas.
Todo aquello que brillaba y fue, aun la noche y los mares, los foros con luces enormes y las barrancas llenas de recuerdos, aún, nuestros amores, las cosquillas y los refrescos enlatados, la discordia, la dicha, los enojos y las personas muertas de celos muertas en alguna banqueta, el odio, si, la buena suerte y los casinos llenos de enamorados, las habitaciones de hotel, los quisquillosos cadeneros en los bares, el sudor, las lagrimas y los sustos a la caída de la montaña rusa, y tú y yo, y nuestras manos y el primer beso, el frío de aquella noche, los primeros pasos de la mano por aquellos andenes donde se mueren tantas historias de amor, ahí donde sueña el mundo en su mejor esfuerzo por ser tan escandaloso, en medio de tantos palacios y escondidos en un parque donde sobraban ganas por irnos volando en algún colchón, y ya lo ves, la muerte, la desilusión de todos los soles cuando cerramos aquellas cortinas, el viejo chismoso de la recepción callado, dormitando, y tú y yo y nuestros primeros temblores, a la carta los antojos, mis ojos en tus ojos y todo el tiempo del mundo para el primer beso de amor. Y ahora ya no estas.

lunes, abril 7

Aflicción

Ansío demasiado lo que no tengo, burlo un poco a mi mente y doy un paso atrás, pero siempre despierto, con las manos vacías, envidiando, anhelando, aún sintiendo, y maldigo a los sueños cuando se repiten, le tapo la vida a los bostezos, pero la piel me sigue temblando, los ojos siguen llorando, las piernas dobladas, y los besos que se quedan en el sueño, irreales, atrapados, y yo que despierto ansiando lo que no tengo, lo que tuve en un sueño, luego me pongo los zapatos y pienso que no debería ansiar de más, pero paso la lengua por los labios y todavía saben a su boca, y todavía siento su mano en mi cara, no me queda otra, envidio al sujeto del sueño, al que soy yo, pero en otro mundo, donde besos y abrazos son cosas sencillas, y no letras regadas en una bitácora, que no existen, que no son.

viernes, abril 4

Empezando

Es que hay días como este que no se terminan ni luego de decirnos adiós. Me he quedado con la mirada fija, a este infinito virtual donde se incendian mis torpes neuronas, y no hay nada capaz de bajar el telón para empezar el camino hacia fuera del teatro. Demasiada lluvia desde las compuertas abiertas del corazón. Pero tiene telarañas viejas, debe resistir, debe aguantar los embates y llevarse la medalla de oro al final del maratón, hay que lavarse los años, los dientes y debajo del ombligo para no perderse nomás en el tiempo, quien quita y así, el pecho se eleve tanto como una plegaria en el desierto, en el oasis donde las letras descansan en hamacas de paz, jugando a la papa caliente para no perder la cordura. Y es que hay días como este que no se terminan ni luego de morirse el sol.