viernes, septiembre 20

Vértigo

Sería muy simple amor, te quitas el cielo, quemamos los papeles que te atan al sol, le tapamos la boca a la luna, nos escondemos de las estrellas y nos escapamos al mar; y ahí, entre caracoles y atrapasueños tejidos de tu pelo, nos volvemos dioses, y que el mundo siga dando vueltas escalera abajo, que siga cayendo la fe.

Ya no solo distancia, ahora hay silencio entre los dos. Y ahí estamos, como espejos inertes, las manos colgando y los ojos largos, mirándonos desde nuestros miedos, desde mi esperanza, desde el andén donde te espero, hablándonos en silencio y a gritos de nada. ¿Qué hago con todo esto pequeña? Se lo vendo a la primer nube que quiera pasar, al primer río que me moje las piernas, a la primer llovizna que venga y me haga nudo los brazos, y me quede tiritando, sin nada que dar, sin nada para soñar.

martes, septiembre 10

Se me quedó la duda

Escribir es como respirar. Miento. Es casi como respirar. Es lo mismo pero más lento. Es ver la vida a modo de cámara lenta. Si dejas de escribir, te mueres. Eventualmente. Por supuesto eso no ocurre para todo mundo. Le sucede a quienes deciden que su vida debe llenarse de libros y de letras. De letras propias. Que no signifiquen nada para nadie o que de vez en cuando signifiquen un poco a un despistado lector. Despistado con la suerte suficiente de encontrarse con algunas letras perdidas. Eso es todo. Escribir una y otra vez para volverse fuerte: para no morir. Para recuperar la locura. Que de eso se trata. Volver al estado natural. Locos. Llenos de libros. Llenos de letras.

martes, septiembre 3

Historia de miradas

Querida Luna:
Te vi de madrugada. Apenas un momento, y te asomaste entera, hermosa y sin prejuicios, luchando a favor de este nadie que soy y rescatándome de una noche ajena. Yo me quedé temblando, aún lo estoy. Deslumbrado todavía, en los pasos que siguieron y dimos juntos, lo que antes entró por la mirada, suavemente se llegó a mi pecho por camino desconocido.
Te vi, y yo pensé que eso me bastaría, que tu imagen sería suficiente para tomar fuerza y regalarte el collar de besos que imaginé para tu cuello. Pero no, no fue suficiente. Necesito colgarte cien suspiros al oído y recorrer tus lunares con mis labios. Y necesito que mis manos se dibujen en tu cintura, que tu boca me diga lo que no me dirán tus palabras.
Ya nada basta. No basta con que sueñe que te tomo por la cintura, que te acerco a mí y que a tu cuello llega mi aliento. No basta con pensar que tu tormenta de cabello me estalla en la cara, ni que me piense y te piense conmigo. No basta imaginar que me tienes, que me enseñas a encontrarte, que te dibujas entre mis brazos, que tiemblas y me tiemblas.
Consulté mapas que confirman que el tuyo es otro mundo. Ha sido inútil. Esta noche, por ejemplo, me bastó imaginar que desde lo lejos iba a poder verte, y de esta forma se desbordaran los propósitos y razones para enamorarte, para que el corazón y las ganas se desbocaran, y para que un cuello suspirado me robara todo el aliento.
Luna, yo sólo quería decirte que me gustas y que quería acercarme a ti. Pero acercarme como un hombre se acerca a una mujer que le gusta. Algo así como tomarte de la cintura y acercar tu pecho al mío, acercarme a tu cuello, decirte algo tierno y dulce al oído, llegar a tus labios con un beso, intuirte un sueño si mi abrazo te tomara prisionera la cintura, soñarte soñando conmigo. ¿Hago mal en pensarte, en buscarte para encontrarte como se encuentran un hombre y una mujer que se gustan? ¿Hago mal en decirlo o en hablarlo con silencios?
Yo lo que quiero es encontrarte para invitarte a perderte conmigo, que la piel le hable a la piel el deseo que callan las palabras y que el silencio habla… Espero entonces, tu silencio y tu palabra.