Pretensiones
arteras
Todo lo que
pretendo, a veces, es ponerle mi mundo a sus pies. Pero últimamente hay una
especie de tormenta que se nos aparece cuando más reina la calma, esparce su
viento por todos lados y aún con las ventanas arriba suele despeinarnos el alma
y nuestro andar. Todo lo que se me ocurre, a veces, es crucificarla en mis
besos y esperar tres días a que despierte enamorada de mí, mirarla desnuda
mientras le flotan los sueños por su sonrisa de azul, soñando verde, mirando
marrón; todo lo que pretendo, a veces, es matarla a sonrisas, a cariños sin
piedad, a certeros abrazos por la espalda, a miradas lejanas de mi cursi amor;
todo lo que pretendo, a veces, es estar cerquita de sus ojos y que me miren,
cerquita de su voz y suspirar, cerquita de su alma, y cuando la sepa lejana,
volverla a enamorar.
Todos los
dolores del mundo
Dormí en paz
y amanecí con todos los dolores del mundo; la almohada babeada y el colchón
jadeante, quejándose de mi mal dormir, de mis gritos a media madrugada y de mi
espasmódica manera de soñar. Los dolores estaban todos juguetones sobre mi.
Como viejos parientes que vienen a visitar, dejaron maletas en la puerta y como
remolino de muecas se posaron en mi piel, a clavar los dientes y comer como no
lo hacían en mucho tiempo. Lavarme la cara ya no me da respuestas, las
aspirinas se agotan de pelear por mi, y la ventana me huele a cárcel para
moribundos soles, apagándome en la noche de dolerme solo otra vez en mi cama
que no sabe como hacerme sonreír. Todos los dolores del mundo vinieron a darme
el abrazo de inicio de año, pero temo, que por al menos otros 365 días, ya no
se despedirán de mi.
Besarla y ya
Ella sacudió su pelo y resbalaron mil
estrellas sobre mis manos, entrelacé un sueño con su mejilla para mirarla
mejor, siguió con su manía de cerrar los ojos cuando la miro, así que me
repegué en sus párpados y pasé la lengua despacito por sus labios mojados, un
quejido involuntario me sorprendió, y luego le brilló más la ausencia de su
viejo amor; se quedó pasmada sin saber si regalarse desnuda otra vez a don
quijote triste, montar a caballo amarrada a su espalda y perderse en un bosque
de luz, o abrazarse a su misma soledad de música y café capuchino a oscuras, y
dormir despierta y con ropa en el mismo colchón; yo quería besarla y ya; esa
noche no llevaba la luna para regalársela en bandeja de colores, y siendo todo
lo torpe que puedo ser, hoy le envié una carta de esas tristes que acostumbro
hacer, adiós dice, hasta algún día, mujer.