Deberíamos contar hasta diez cubriéndonos los ojos, y luego buscar a las
palabras que juegan a las escondidas en el jardín. Las palabras silentes en el
musgo. Las que llueven en tardes de otoño en las banquetas desquebrajadas de la
ciudad. Las torpes y las tambaleantes. Las que nos despiertan entre sueños el
deseo eterno por acechar su piel. Las palabras vivas de
hombres muertos. Las entrecortadas en canciones y rumores de tormenta. Las
palabras blancas de esperanza.Las palabras enardecidas en la selva. Todas las
que han perdido alguna letra por bailar tangos en la madrugada. Las palabras de
amor. Las palabras que nos tiran al suelo de tanta risa. Las palabras que
erotizan en los labios del viento nocturno. Las palabras ciegas, en blanco,
olvidadas, dormidas en las bancas del parque. Las suicidas. Las palabras tercas
del vagabundo. Las palabras que echan raíces a los pies de la montaña. Las que
escampan de madrugada en algún cuarto de hotel. Las palabras en tonos azules de
los amantes. Las que dictan el principio antes de preocuparse por el final. Las
palabras tristes en la savia de los robles. Las palabras envueltas en risas de
niños. Las etéreas en manos de los locos. Las palabras en rezos de la noche en
vela de las madres. Las calladas del padre. Las que curan del mal de ojo. Las
palabras dormidas en la corteza del bosque, que guardan murmullos de hojas,
dragones insomnes, sirenas perdidas que cantan historias del mar. Las palabras
rojas de libertad. Palabras llenas de verdad. Palabras llenas de sudor.Las
palabras que se esconden en la yerba, entre el granizo y los pies descalzos del
campesino. Las que sonríen y no quieren morirse de frío. Las que oscilan en la
línea amarilla que nos separa del fin del mundo, del sueño de paz, del grito
unánime por perder la ropa y volver a nuestro estado animal.Las que te sueñan,
escondidas entre las pequeñas ciudades de duendes en el laberinto, esperando
que cuentes hasta diez.
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