martes, noviembre 26

Hasta diez

Deberíamos contar hasta diez cubriéndonos los ojos, y luego buscar a las palabras que juegan a las escondidas en el jardín. Las palabras silentes en el musgo. Las que llueven en tardes de otoño en las banquetas desquebrajadas de la ciudad. Las torpes y las tambaleantes. Las que nos despiertan entre sueños el deseo eterno por acechar su piel. Las palabras vivas de hombres muertos. Las entrecortadas en canciones y rumores de tormenta. Las palabras blancas de esperanza. Las palabras enardecidas en la selva. Todas las que han perdido alguna letra por bailar tangos en la madrugada. Las palabras de amor. Las palabras que nos tiran al suelo de tanta risa. Las palabras que erotizan en los labios del viento nocturno. Las palabras ciegas, en blanco, olvidadas, dormidas en las bancas del parque. Las suicidas. Las palabras tercas del vagabundo. Las palabras que echan raíces a los pies de la montaña. Las que escampan de madrugada en algún cuarto de hotel. Las palabras en tonos azules de los amantes. Las que dictan el principio antes de preocuparse por el final. Las palabras tristes en la savia de los robles. Las palabras envueltas en risas de niños. Las etéreas en manos de los locos. Las palabras en rezos de la noche en vela de las madres. Las calladas del padre. Las que curan del mal de ojo. Las palabras dormidas en la corteza del bosque, que guardan murmullos de hojas, dragones insomnes, sirenas perdidas que cantan historias del mar. Las palabras rojas de libertad. Palabras llenas de verdad. Palabras llenas de sudor. Las palabras que se esconden en la yerba, entre el granizo y los pies descalzos del campesino. Las que sonríen y no quieren morirse de frío. Las que oscilan en la línea amarilla que nos separa del fin del mundo, del sueño de paz, del grito unánime por perder la ropa y volver a nuestro estado animal. Las que te sueñan, escondidas entre las pequeñas ciudades de duendes en el laberinto, esperando que cuentes hasta diez.

lunes, noviembre 18

Texto sin sentido en una noche de verano

Mira que sinceramente hoy que llegando a casa no me encontré. Mi casa es mi cuarto, mi computadora, mis libros, el olor a perro (que tanto odian), mi escritorio regado, la colección de canicas, el recibo del celular que sigue llegando sin invitación, los discos apilados encima del equipo de sonido, el celular callado, el ratón sin cola pero con una luz roja prendida abajo, el poco calor de este cuarto, una araña desdentada que me mira con cara de ¿Qué haces tú allí?, los papeles de trabajo pendiente, el papel tapiz de un mundo lejano, un control remoto que no sé para qué sirve, las manos cansadas, los corajes reprimidos, el ruido de la tele, los audífonos nuevos, unos posters que aún no están clavados, la pared que se quiere desmayar, el techo que hace ruidos, el internet que no cortan, este teclado manchado, mi música, la cama rechinante, la luz que parpadea porque dicen que hay huelga por allá, los cajones llenos de cosas que no uso, ni usaré, ni sabría usar, la ropa arrugada, los papeles apilándose para escapar de la caja de cartón de reciclados, mis sueños imaginados esperando quien los lea, Facundo Cabral hablando de amor, una lágrima salada, los pies ausentes, el cuerpo dolido, las fotos que me quedan, los recuerdos, todo esto es mi casa, pero no me encuentro, no me hallo, me pierdo entre tanta insignificancia, no tengo nada que hacer aquí, y sin embargo estoy aquí sentado moviendo los dedos, los dos dedos, o tres, porque creo que si acaso uso tres, no sé, el teclado no se queja de la ausencia de los otros, yo solo sigo buscándome, que curioso que no me hallo en internet, pongo mi nombre y no aparezco, que chistoso, si llegara alguien quizá me hallaría aquí, digna pieza de museo de lo patético, revisando fotos viejas, como quien se mete a cada una y revive ese preciso instante, ha de ser por eso que no me encuentro en este revoltijo de cuarto/infierno, ha de ser que ando dando vueltas por las fotos, y ya no sé que música me gusta, y ya no sé como reaccionar cuando alguien pasa su lengua por mi cuello, solo respondo igual pero pensando que no me hallo, que me he perdido, en canciones, fotos, voces, últimamente me pierdo en casi todo, por fortuna, empiezo a perderme también a la hora de dormir, así, amanece y ya no soy, ya no me hallo, ya me fui, te llevaste todo, casi todo, carajo, ¿Cómo me iba a encontrar? Si me traes colgado en un suspiro, en recuerdos, de lo que ya no somos, ni seré, ni serás, ni seremos, ni fuimos siquiera.

¿A alguien le importa si me pongo melancólico antes de dormir? Espero que no, tengo planeado hacerlo, justo cuando me pregunte a mí mismo: ¿estás bien? me diré que "sí", voltearé la almohada llena de sudor, e intentaré buscarme en sueños, al cabo, ya sé que no me hallo.