¿Es una despedida? - pregunté. No, yo no he dicho nada - dijo ella; pero hasta el sol lloraba, sus ojos decían adiós y aquel beso supo a eternidad. Luego se fue, me fui, y estas letras vuelven a caerse de su barquito de felicidad.
Ni siquiera tengo ánimos para escribir, siento que el corazón me sobra en este cuerpo, que meto las manos por la garganta y lo quiero sacar pero no lo alcanzo, y lo escucho, latiendo, muriendo, en algún lugar de mi pecho, roto, hasta el carajo de amarla, y cansado por los besos que le deben, pero no lo alcanzo, no lo puedo sacar, habrá de quedarse ahí medio latiendo hasta que deje de hacerlo o hasta que consiga un músculo sustituto para el acarreo de la sangre al cuerpo que también se muere, como que se pone en huelga, porque todo se cae y todo se agazapa debajo de mi cobertor verde, las piernas se niegan a olvidar la mano que las apretó alguna vez de camino a su casa, los dedos se niegan a dejar de sentir su pelo, los ojos se niegan a borrar su perfil atrapado en el cielo anaranjado de hace rato, la cabeza se niega a parar de darle vueltas a su imagen, la boca dice que el beso es suyo y nadie se lo puede quitar, y el corazón asoma los ojillos y deja una nota de suicidio en algún torrente con dirección a la nada, lleva fecha y lleva pedacitos de alma, pero los oídos se hacen los sordos al grito de auxilio del estómago con hambre, y obligado el cuerpo, mira, escribe, para que este pedazo de papel no quede tan vacío como debiera, letras sin corazón, sin alma, llorando, y con ganas de dormir ahora si para siempre.
Ah maldita madrugada, me dueles como si tuviera corazón...